«¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Queridos hermanos, estamos ante el domingo XII del tiempo ordinario. La primera lectura, del libro de Job, nos muestra la majestuosidad y el poder del mar, símbolo de arrogancia y violencia en el mundo. Sin embargo, este mar será vencido por Jesús. Job nos dice: “¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno? Cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales”. Este pasaje, que se refiere al Mesías, nos muestra su humildad y poder sobre la creación.
Respondemos con el Salmo 106: “Dad gracias al Señor porque es eterna su misericordia”. El salmo describe cómo Dios salva a los hombres de las tormentas del mar. “Entraron en naves por el mar, Él habló y levantó un viento tormentoso. En su angustia, los salvó de la tribulación”. Este salmo nos recuerda que, en medio de nuestras angustias y conflictos familiares, nacionales e internacionales, Dios está presente para salvarnos.
La segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, nos apremia con el amor de Cristo. “Si uno murió por todos, Cristo murió por todos”. Esta es la gran noticia: el mayor milagro es que Cristo murió por todos nosotros. Y ¿para qué? Para que podamos recibir la resurrección. “El que está en Cristo es una nueva criatura, es una nueva creación”. Esto es lo más importante: la nueva creación que Jesús realiza en nosotros, una creación que viene con humildad.
En el Evangelio de San Marcos, Jesús dice a sus discípulos: “Vámonos a la otra orilla”. Mientras navegaban, se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca, casi llenándola de agua. Jesús, sin embargo, estaba en la popa, dormido sobre un almohadón. Esta barca es la Iglesia, y está siendo zarandeada por el mundo.
He vivido personalmente una tormenta en el mar, y es impresionante. En esa ocasión, el capitán del barco quería saltar al agua para llegar a la orilla, deseando abandonar la barca. Los discípulos, frente a este huracán, fueron a despertar a Jesús: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Hoy, muchas veces nos preguntamos si Jesús está dormido frente a las destrucciones que estamos viviendo. Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo: “Silencio, cállate”. Y el viento cesó, y vino una gran calma. Esta es la palabra que necesitamos decir al hombre de hoy: silencio, escucha y cállate. La fe en Jesús nos invita a no ser cobardes. “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”, preguntó Jesús a sus discípulos. Se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es este, que hasta el viento y las aguas le obedecen?”. Hermanos, en medio de los asaltos del demonio y las enemistades, no perdamos la fe. Con autoridad, enfrentemos la tempestad. En tu vida y en tu familia, increpa y denuncia al demonio, y alíate con Jesucristo. Seamos valientes y no tengamos miedo, porque Él ha resucitado y ha vencido la tempestad.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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