Hasta pronto, Raúl Mendoza Cánepa
A inicios de febrero, falleció el columnista más brillante de la sección Cultural del diario Expreso: Raúl Mendoza Cánepa. Lo conocí el 2018, cuando iba a lanzar mi tercera novela (“Génesis. Crónica de una familia”) y les envié el PDF a decenas de periodistas un mes antes de publicarla, por si podían anticipar algún comentario en sus respectivos medios. Todos me respondieron que preferían ver el libro impreso y no leerlo en la pantalla de una computadora, todos menos Raúl, que no solo leyó la obra, sino que hizo una elogiosa reseña sobre la misma e incluso dijo que “Génesis” tenía las características del “boom” de los sesenta. A mi editor le gustó tanto esta opinión, que la incluyó en la contraportada del libro y, cuando “Génesis” al fin fue publicada, fui a la Defensoría del Pueblo, en el Cercado de Lima, para obsequiarle un ejemplar a Raúl. Llegué seis minutos tarde de la hora pactada y como él era tan puntual, ya no lo encontré en la puerta de su trabajo. Mi buena estrella quiso que continuara caminando por el jirón Ucayali, mientras iba hablando conmigo misma en voz alta: “¡Pero si me dijo que iba a esperarme en la puerta!”, iba yo susurrando en plan gruñón, “¡dónde está!”. Un señor que iba delante de mí volteó a mirarme y vi que era Raúl. Trágame tierra, pensé, al darme cuenta que quizás me había escuchado, pero él me saludó con una sonrisa enorme y me tendió la mano. Se le veía muy elegante con un sobretodo negro y una bufanda anudada. Le sonreí a mi vez y le entregué muy contenta mi librito, dándole las gracias encarecidamente por la reseña que adornaba una de las tapas. Me dijo que no era nada, que el libro le había encantado. Recuerdo de manera nítida la impresión profunda de bondad que me produjo su rostro, todos sus gestos transmitían una paz que casi se podía palpar. Uno se sentía seguro con él. Sabías que estabas frente a una persona sincera y cordial. Nos despedimos, pues él disponía solo de algunos minutos para almorzar y lo vi ingresar a un Tambo situado a unos metros y comprar una bebida y un sándwich, siempre con su porte calmo y sereno, hasta que su figura alta y elegante desapareció de mi vista.
Él decía que cada vez que deseaba algo, lo imaginaba antes en sus más mínimos detalles. Por ejemplo, si quería trabajar en algún diario, se imaginaba a sí mismo trabajando ya en las oficinas del periódico y visualizaba cómo todo le iba bien, sin ningún tropiezo. Decía que ese truco mental le había servido siempre para materializar y conseguir cuanto se había propuesto. Dijo tantas maravillas, que enseguida puse en práctica su método, pero con escasos resultados. Raúl tenía un don mágico del que yo carecía, no solo por sus trucos mentales y disciplina, sino por su don de llegar al corazón de la gente y de ser generoso a manos llenas. Te recordaremos siempre como lo que fuiste: un caballero, un intelectual que se mantuvo brillando en el cielo limeño, durante un tiempo corto pero preciado. Descansa en paz, Raúl, gracias por el regalo infinito de tu amistad.
Por Evelyn García Tirado
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