Hay lugar para un outsider
La última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) revela que un 82.4% de peruanos no tiene candidato o partido preferidos. Revela también que un 68% sí cree que podría surgir una persona u organización que lidere un cambio positivo para el país. Únicamente un 17.6% se identifica con la partidocracia dominante.
Hoy, las fuerzas políticas tradicionales no representan los intereses de una población desgastada por la crisis económica, con desánimo frente a una gestión pública ineficiente y una situación de inseguridad que se incrementa a diario.
Lo cierto es que, a pesar de la adversidad, los peruanos seguimos siendo optimistas cuando pensamos futuro. No precisamente en el ámbito económico, donde el pesimismo parece haberse apoderado del imaginario popular, sino en el ámbito político, donde creemos que aparecerá un líder que enfrentará la difícil situación que vivimos. Visto esto, existe lugar para un outsider.
El reto de quienes pretenden capturar el poder está en construir el perfil adecuado del personaje político que lea mejor las expectativas ciudadanas. Esto significa conectar con la mentalidad que incuban las nuevas generaciones, con el pragmatismo que envuelve su comportamiento y conducta postpandemia. Esta nueva racionalidad no responde a una lógica formal, pero sí a resultados concretos que tengan impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos. Los resultados deben ser comunicados, por cierto, con efectismo. No a través de cuadros tecnocráticos, sino de nuevos cuadros políticos que sepan transmitir emociones y sueños, que coincidan con la construcción de una nueva peruanidad, donde todos tengan iguales oportunidades para lograr el progreso.
En este pequeño detalle radica uno de los insight más importantes de las campañas electorales que se pongan en marcha. El peruano que votará en la próxima elección, y que hoy no tiene preferencia por la vieja partidocracia, busca un cambio radical en las reglas de juego de la dinámica social y económica del progreso.
Para este, Lima y el Norte del Perú están enfrentados al resto de regiones del país, en una especie de desborde regional que –con políticas de inclusión o sin ellas– terminarán imponiendo nuevas reglas de juego en la dinámica sociológica del país. En esa misma perspectiva, los actores informales e ilegales redefinirán los términos y conceptos con los cuales hoy diferenciamos la “formalidad”.
Quien logre construir una narrativa política poderosa e incluya los distintos intereses de las mayorías en un proyecto integral nacional, y quien logre administrar mejor esas expectativas, sin duda será quien logre convertirlas en futuros votos para la elección. ¿Quién logrará traducir mejor este laberinto de la peruanidad?
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