Haya de la Torre, el mayor protagonista de la vida política peruana del siglo XX
Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), el político peruano que protagonizó como nadie y sin discusión, gran parte de la agenda de la vida nacional del siglo XX, nació el 22 de febrero de 1895, como hoy, exactamente hace 129 años, y deseo tributarle, desde la academia, mi homenaje, con ese propósito. Haya de la Torre vivió intensamente la política que fue para la que vino a este mundo. Siempre perseguido, recuerdo desde niño que mi madre contaba con denuedo cómo el abuelo Cristóbal, junto a un grupo de jóvenes trujillanos de su época, para proteger a Haya de la gendarmería a las órdenes del gobierno de Óscar R. Benavides (1933-1939), que lo buscaba a cualquier precio y con suerte para encarcelarlo, disciplinados y por turnos, lo escondían por largos días en los cañaverales del norte, hasta asegurar que el peligro se hubiera esfumado. Precisamente, por su destino consagrado a la acción política –nadie se ha asomado en vivir sus mil peripecias, hay que decirlo–, es que sus largos años de vida fueron trazados por las persecuciones. Javier Tantaleán, sintetizándolo, con acierto, dijo que Haya “Supo hacer del APRA un movimiento de religiosidad política”. No fue hijo de la pobreza ni de la opulenta República Aristocrática del comienzo del siglo XX. Fue un hombre de clase media como lo han sido gran parte de los apristas a lo largo de la vida centenaria del partido. Haya conoció a Antenor Orrego, filósofo trujillano y escribió en “La Industria” donde también lo hacía César Vallejo que, conociéndolo y leyéndolo, llegó a decirle con fino presagio: “Pichón de cóndor, tú volarás muy lejos”. Cultivó una gran amistad con Abraham Valdelomar y pegado a ellos, Alberto Hidalgo, formaron los tres la temida Vanguardia.
Trató al viejo Manuel González Prada, máximo exponente del realismo político, que marcaría su proceso intelectual y político. Vino a Lima y estudió en mi amada cuatricentenaria San Marcos, letras y derecho. Nunca acabó la carrera porque jamás lo dejaron. Contestatario, fue un completo dolor de cabeza para Augusto B. Leguía (1919-1930) y criticó que el arzobispo de Lima, Monseñor Emilio Lisson, señalado de adicto leguiista, gestionara para que el Perú fuera consagrado al Sagrado Corazón de Jesús. Su célebre frase que repitió sin detención. “El quinto no matar”, lo volvió mito entre los apristas de su época. En México, fundó el APRA –Alianza Popular Revolucionaria Americana–el 7 de mayo de 1924 y escribiré para el centenario del partido por el que mi abuelo profesó convicciones y pasiones. Viajó hasta Rusia, Alemania e Italia, pero no fue comunista, nazi ni fascista. Asumió que los trabajadores debían ser comprendidos en un solo frente antiimperialista y por eso pregonó, a diferencia de los comunistas, que hablaban de la lucha del proletariado, el frente único de los trabajadores manuales e intelectuales. Amigo de José Carlos Mariátegui, el mayor pensador político peruano del siglo XX, que junto a José María Arguedas –ambos mis favoritos–, son indispensables para comprender al Perú, profundo y milenario, pronto se distanciaron por sus visiones ideológicas que terminaron contrapuestas. Haya de la Torre fue el político peruano de mayor exportación por sus ideas, comprendiendo como nadie en nuestra patria del siglo XX al continente, reflexionando con profundidad acerca del indoamericanismo y el antiimperialismo. Al advenir los aires de retorno a la democracia, en 1977, consultado sobre qué ponerle en su Libreta Electoral –la de tres cuerpos que ya no existe–, sin contar la referida carrera profesional concluida, el escribano del registro electoral para completar el rubro sobre profesión u ocupación, le puso: POLÍTICO. Fue la síntesis de un homenaje a su intrínseco modo y modelo de vida. Alcanzó a firmar la Constitución de 1979 y lo hizo en la alta membresía de presidente de la Asamblea Constituyente. El Perú, y no solo el APRA, al celebrarse este año cien años del partido fundado por Haya, debería tributar un homenaje a su enorme figura.
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