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«Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz»

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Fecha Publicación: 29/06/2024 - 20:50
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Queridos hermanos, estamos ante el Domingo XIII del tiempo ordinario. ¿Qué nos propone la Palabra de Dios hoy? La primera lectura, del libro de la Sabiduría, nos revela el origen del hombre y nos dice: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo. Todo lo creó para que subsistiera”. Dios crea al hombre para la inmortalidad, es decir, para la felicidad plena y la vida eterna, y lo hizo a imagen de su propio ser. Pero la muerte entró en el mundo. ¿Cómo? Por la envidia del diablo. Aquí está la libertad que Dios concedió al hombre y a la mujer. El diablo, en su envidia, vio que el hombre podía ser más feliz, porque la historia de salvación ofrece eternidad. Así, el demonio introdujo la muerte.

Hermanos, debemos convertirnos en este día y confesar nuestras envidias. La envidia mata, como hizo Caín con Abel. Respondemos con el salmo 29: “No has dejado que mis enemigos se rían de mí”. El enemigo es el diablo, pero Dios nos da la oportunidad de convertirnos. “Me sacaste con vida del abismo y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”. Bajar a la fosa significa descender a los infiernos. Su bondad es eterna, pues Jesús de Nazaret bajó a la fosa de la muerte.

La segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, nos dice que Jesús, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Se encarnó y se hizo pecado por nosotros. Así, el que recogía mucho no tenía en exceso, y al que recogía poco no le faltaba. Esto es recoger con discernimiento.

El Evangelio de San Marcos nos relata que Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla y un jefe de la sinagoga, llamado Jairo, se acercó a Él y se postró a sus pies, rogándole: “Mi niña está en las últimas, ven, pon tus manos sobre ella para que se cure”. Esta niña también puede ser cada uno de nosotros, enfermos y al borde de la muerte, y Jesús quiere curarnos.

En este relato aparece otra figura: una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años. La sangre es símbolo de vida y, para los judíos y los árabes, es impuro comer vísceras y sangre. Esta mujer había gastado toda su fortuna en tratamientos médicos sin encontrar cura. Oyó hablar de Jesús y, acercándose entre la multitud, le tocó el manto pensando que con solo tocarle se curaría. Inmediatamente, se secó la fuente de sus hemorragias y sintió en su cuerpo que estaba curada. Esta fuerza que sale de Jesús es la que encontramos en los sacramentos.

Jesús, dándose cuenta de lo ocurrido, preguntó: “¿Quién me ha tocado?”. Sus discípulos le dijeron: “Todos te están tocando y empujando”. Jesús respondió que alguien le había tocado con fe. La mujer, temblando, confesó la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana”.

Mientras tanto, llegaron noticias de que la hija de Jairo había muerto. Jesús, acompañado por Pedro, Santiago y Juan, los mismos que estuvieron en la Transfiguración y en la agonía de Getsemaní, llegó a la casa de Jairo. Al ver el alboroto y el llanto, preguntó: “¿Qué es este estrépito? La niña no está muerta, está dormida”. La Iglesia a veces parece estar dormida, pero tiene el poder de curar a tanta gente. Jesús tomó a la niña de la mano y le dijo: “Talita kumi”, que significa “Niña, a ti te digo, levántate”. La niña se levantó y comenzó a caminar. Tenía doce años.

Esta fuerza se encuentra en los sacramentos y en la fe con la que nos acercamos a ellos. Pasamos de las lamentaciones al gozo, de la tristeza a la danza, porque Jesús de Nazaret está vivo. La Iglesia se convierte en un lugar de alabanza, fiesta y alegría inmensa porque Cristo ha resucitado y el Espíritu de Cristo está en medio de nosotros.

Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté contigo y con tu familia. Amén.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao


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