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Hipocresía

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Fecha Publicación: 03/01/2025 - 21:20
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El discurso ofrecido por el jefe del gabinete ministerial y el ministro de Economía y Finanzas del Perú es una oda al autoelogio y a la complacencia. Sin embargo, detrás de las cifras “históricas” de ejecución presupuestal y los aplausos (de ellos mismos) por los récords en exportaciones y turismo, se esconde una peligrosa desconexión con la realidad: un déficit fiscal que supera el 3.5% del PBI y una brecha de infraestructura de hasta US$ 150 mil millones que no deja de ampliarse.
Hablar de un crecimiento económico del 3.2% como un logro es poco menos que iluso, cuando el mismo ministro admite que esta cifra no alcanza para generar los empleos que el país necesita. Cada año, 350 mil jóvenes peruanos ingresan al mercado laboral, sin contar la presión adicional de la migración. Crecer al 3% no es solo insuficiente, es un estancamiento que condena a millones de peruanos al subempleo y a la precariedad.
A esto se suma la alarmante falta de un plan fiscal sostenible, esperando que llueva maná del cielo. El déficit actual, aunque justificado por la necesidad de reactivación económica, es una bomba de tiempo. Es poco creíble que caiga en un año preelectoral y con un Gobierno lleno de denuncias. Depender de la deuda y de recursos externos para financiar obras públicas no es una estrategia viable a largo plazo, más aún cuando la recaudación tributaria sigue siendo “muy baja”, según las propias palabras del ministro.
La ejecución presupuestal cercana al 95.6% podría ser un dato positivo si no estuviera marcada por la ineficiencia en los gobiernos subnacionales y el centralismo en la toma de decisiones. Si bien se mencionan ejemplos de éxito en Junín y Ucayali, los municipios provinciales y distritales continúan arrastrando déficits en ejecución que limitan el impacto real de la inversión pública.
Por otro lado, la insistencia en promover Asociaciones Público-Privadas (APP) como panacea refleja una gestión que delega al sector privado la responsabilidad de atender necesidades críticas de infraestructura. Esta estrategia, aunque útil en ciertos contextos, no puede convertirse en el sustituto de una planificación estatal robusta y bien financiada.
No solo es contradictorio celebrar la solidez macroeconómica y, al mismo tiempo, ignorar que esta está siendo socavada por el descontrol fiscal; linda con la hipocresía. Aplaudir una inflación baja y reservas internacionales robustas (resultado del trabajo del BCR y no del MEF) no basta cuando el país enfrenta una brecha de infraestructura gigantesca, un sistema tributario ineficaz y una deuda pública en crecimiento.
Además, la falta de políticas redistributivas profundas perpetúa un modelo económico que beneficia a unos pocos, mientras millones luchan por acceder a servicios básicos como agua, electricidad y salud. Las cifras récord en turismo y exportaciones significan poco para las comunidades altoandinas y amazónicas que siguen marginadas. Luego nos quejamos cuando personajes como Pedro Castillo ganan en la arena política.
El déficit fiscal no es solo una cifra contable; es un reflejo de la incapacidad del gobierno para gestionar eficientemente los recursos públicos. Si no se toman medidas inmediatas, el Perú corre el riesgo de hipotecar su futuro, condenando a generaciones enteras a vivir en un país incapaz de alcanzar su potencial. Es hora de que el gobierno enfoque sus esfuerzos y enfrente de una vez las raíces del problema. Para eso les pagamos.

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