Historia de la Masonería (1)
Existen diversos libros sobre la aparición y el desarrollo de la masonería; unos más rigurosos que otros, pero todos valiosos y merecedores de nuestra lectura. Entre ellos recomendamos La masonería, del sacerdote jesuita español José Antonio Ferrer Benimeli, que ha dedicado varias obras al estudio de nuestra Orden.
A través de lecturas, charlas y reflexiones compartidas, los masones llegamos a comprender nuestra historia. En estas líneas ofrecemos algunos pasajes de esta.
Una fecha clave marca el inicio de la masonería moderna: es el 24 de junio de 1717, o como se decía entonces, el día de San Juan Bautista del tercer año del reinado de Jorge I de Inglaterra. Según refiere Joseph Fort Newton en su libro Los arquitectos (otra lectura que recomendamos), ese día se fundó la Gran Logia de Londres y Westminster. Ello originó lo que hoy conocemos como masonería especulativa.
Todo lo anterior se agrupa bajo el término masonería operativa, de la que heredamos tradiciones, símbolos y enseñanzas. La masonería especulativa, en cambio, es la que se desarrolla hasta nuestros días, con su dimensión filosófica y moral.
Algunos autores remontan el origen de la masonería a épocas remotas, confundiendo la historia de ciertas ideas con la historia institucional de nuestra Orden. Lo cierto es que muchas nociones simbólicas y valores fueron incorporados luego de forma sincrética, es decir, integrando diversas fuentes culturales y filosóficas.
Uno de los antecedentes más remotos que solemos reconocer son los colegios romanos, cuya creación se atribuye al rey Numa Pompilio, segundo monarca de Roma (siglo VIII a. C.), quien organizó a los trabajadores en gremios u oficios para fomentar la ayuda mutua y la mejora del conocimiento técnico. Dentro de estos, los Collegium Fabrorum, o gremio de constructores o arquitectos.
Se caracterizaba por su excelencia técnica y su apertura. Admitían a todo aquel capaz de construir bien, sin importar raza, procedencia, religión o idioma. Todos eran considerados iguales, siempre que cumplieran las normas del oficio, como por ejemplo, saber levantar un muro a plomo. Celebraban los solsticios, rendían culto al dios Jano y cultivaban principios como la igualdad e inclusión.
Su huella es visible en obras como el Panteón de Roma, cuya cúpula fue construida con opus caementicium (cemento romano), y en su colaboración con el emperador Adriano, especialmente en la construcción del Muro de Adriano en Britania. Trabajaban grandes proyectos vinculados al poder político o religioso.
Sin embargo, el destino del Imperio romano de Occidente también los alcanzó. En el año 476 d. C., la caída de Rómulo Augústulo a manos de los bárbaros marcó el fin de la Antigüedad y el inicio de la Edad Media.
A pesar del colapso del orden romano, un grupo de estos constructores se refugió en la isla Comacina, en el lago Como, Lombardía. Allí se mantuvieron activos los que, con el tiempo, serían conocidos como los Maestros Comacini. Su legado y su vínculo con la tradición masónica serán tema de una próxima entrega.
Por Carlos Antonio Tejeda Rojas
Gran Maestro de la Gran Logia del Perú
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