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Historias con vida

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Fecha Publicación: 29/05/2022 - 22:45
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Viernes por la tarde. El paisaje inesperado que me ofrece la salida al balcón es una ciudad que se estira, llega al mar, sube y rodea los cerros, se desdibuja y empaqueta bajo el toldo gris frío de neblina y humedad. Unos puntos amarillos ponen un toque de color pero juntos no suman ni alcanzan la calidez que hay en casa de Américo Ccala, piso 17, avenida Brasil.

Lo visito para las fotos de la Crónica y ver su nueva serie Trazos de la vida. Inaugurada el viernes va hasta el 17 de junio en Vallejo Librería Café. Continuamos una conversación abierta en mi casa, empalmamos con el peso del color, la extensión y saturación del dibujo y esos elementos de acento prehispánico que emplea en algunas de sus piezas que han tenido muy buena e interesante acogida en ciudades y países distantes y distintos. Berna, Paraguay, Rumania, Miami, España, Canadá, Lima, Nueva York, Buenos Aires, que las vieron en sus muestras individuales, colectivas y Bienales.

Américo con palabras claras me explica la presencia de recuerdos y vivencias en su temática que puede recibir y perder elementos cuando la piensa para alguna ciudad. Pero curioso, cuando pinta empieza sin libreto, deja que la emoción y ese archivo de información y recuerdos recogidos con lucidez desde su infancia en Huarutambo, Cusco, donde nació o los claros episodios de actualidad sean los que van marcando el derrotero en la tela.

“Pinto con emoción”, dice Américo, que recuerda haberla sentido frente a una obra de Van Gogh, “Era la intensidad misma con que vivió”. Nuestro amigo vive y trabaja en calma, con paz, es feliz, cree en el poder amor, en la obra de Szyszlo, la fusión que convoca en sus telas con “elementos de orden barroco, la rica simplicidad de los grises en los jóvenes” y el uso de esos trazo continuos con que crea la narración de la historia que puede pintar en Medellín, Lima, París o Nueva York, ciudades en las que hay obra suya representada por conocidas galerías.

La Saatchi de Nueva York vendió el óleo de Américo que fue parte de la decoración de una oficina, escenario en la trilogía Los Indestructibles, con Van Damme y Silvester Stallone que firmó la compra, le dio fuerte apretón de manos y desapareció.

La tarde tiene esa cómoda fluidez que se entretiene en los ricos cafés humeantes, los panecitos de queso, la fruta seca y la conversación que trae su visión de los variados públicos que ha encontrado en larguísimo periplo. Están los que se acercan con curiosidad, los que tienen conocimientos, los que preguntan sobre temas específicos.

Tiene ese color de las memorias infantiles al contarme de la confusión que tuvo después de la separación de sus padres y la aparición de nuevos hermanos, detalle de color que también lo tiene su llegada a Lima con once años, solo hablando quechua y tener de primera estampa ese descomunal plato de tallarines rojos, “nada que ver con lo que comía con mi mamá”.

Al despedirnos me regala con yogur puro cajamarquino y una sorpresa que se equilibra con la del Unicornio de Dali, Dali, en el baño. Mientras hacemos la última foto con ese río de oro que corre en la ciudad como fondo de antiguo retrato, saltó el gato. Somos acuarios del mismo día. Ya decía yo.

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