Honestidad radical
Coraje el de Unamuno confrontando con franquistas armados en el paraninfo de la Universidad de Salamanca; o el de Churchill llamando a enfrentar a los Nazis mientras Chamberlain buscaba el appeasement: “¡pobre Neville!, saldrá mal parado en la historia. Lo sé, pues seré quien la escriba”.
“Conversar es más agradable que escuelear, y más práctico para identificar rutas distintas que ayuden a ver el mismo problema”, escribe Augusto Álvarez Rodrich y está bien. Si se revisa el compendio del Latinobarometro, la gente, desde hace treinta años, prefiere el acuerdo. Desde luego que la democracia es escuchar, pero la racionalidad de la escucha depende de qué tenemos por delante. “Vivir significa tomar partido”, decía Gramsci, que rechazaba el “peso muerto”, como rechazaría el centro, que nunca es radical.
Hay estridencias buenas y definiciones más significativas que el silencio. Cuando Hugo Chávez ganó las elecciones que le dieron el poder en 1998, fue la abstención y el voto en blanco los que le abrieron camino. La estridencia de Milei rompió las columnas de la vieja casta, esa que liquidó a la Argentina de Alberdi y llamó a tomar posición con los votos. Los decibeles del líder conectaron con el hartazgo de la gente.
Ser santo es radical, decía Ingenieros; no lo es ser un hombre bueno. El justo medio aristotélico depende de los extremos, y no siempre el centro es equilibrio, no en la crisis terminal. Hay tiempos para gritar desde uno de los lados y tiempos para negociar. Frente a un 2026 que podría colocar a Antauro en Palacio o a un nuevo Castillo, no hay mejor radicalidad que la libertaria, que llama a cambiar las cosas destruyendo el mercantilismo, el patrimonialismo, el sultanismo, el clientelismo, la corrupción y los lastres virreinales de la vieja república.
Se trata de envolverse en la pasión frente a los apasionados peligrosos de 2026, pero blandiendo el filo de la verdad. Siguiendo al muralista José Clemente Orozco en su carta a Cardoza y Aragón: “Lo que vale es el valor de pensar en voz alta, decir las cosas tal como se sienten en el momento en que se dicen, ser lo suficientemente temerarios para proclamar lo que uno cree que es la verdad, aún más allá de las consecuencias”. Nada más revolucionario que conectar con el hartazgo de la gente. Que nadie se apropie del hartazgo para sembrar la tiranía y el horror.
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