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Hoy es siempre todavía…

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Fecha Publicación: 31/12/2019 - 21:00
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Tal vez no haya metáfora más honda y más hermosa que la del río y el tiempo. Ambos fluyen, pasan inexorablemente. Su destino siempre está más allá. El hoy que deja de ser hoy y el ahora que ya no lo es más. Hoy es siempre todavía, como en el verso de Machado. Un río desemboca en otro río y éste en otro que desemboca en el mar que es el morir.

Se ha terminado un año y empieza otro. Nuevas vicisitudes, nuevos hallazgos, nuevos desafíos personales y colectivos. En el inicio el resplandor y ojalá en el curso, la estela de los vientos. La celebración de lo que Mircea Eliade ha llamado el eterno retorno, que es la vez el eterno comienzo. Año nuevo vida nueva dice el refrán popular y dice todo, aunque lo oigamos como un balbuceo por la incertidumbre que acompaña siempre los amaneceres, las dianas, los ocasos.

En el jolgorio de la fiesta y de la danza, de la comida y la bebida o en el silencio de todas las maneras de infortunio que lo impiden, hemos despedido un año y hemos recibido a otro. Sabemos, por cierto, que al andar se hace camino, pero intuimos también que el camino a veces no es la suma de los pasos sino la impronta de una luz, el trazo de un rayo. Pero igual, vamos, porque debemos honrar el río de Heráclito el Oscuro y ser conscientes de que como dice el Talmud: si yo no soy para mí mismo quién será para mí, si soy para mí solamente, quién soy yo y si no es ahora, cuándo.

Que los días nos encuentren parados en la cubierta de nuestro barco, orientados, dirigidos, serenos, aguardando el buen viento o el vendaval, la tempestad o los más coloridos arcoíris. Todas las estaciones van a volver a pasar otra vez, todas las noches. Una vez más la liturgia de las horas que se convierten en días y la de los días en horas y estas en la deflagración repentina del instante.

Estamos prestos para lo que tenga que venir, para lo que tenga que irse. El río y sus borrascas y sus calmas, el torrente y sus piedras. Y la orilla al costado del agua pero igualmente del bosque que llama con diferentes voces y sonidos. Entre la vegetación y la luz. Entre el alba y el crepúsculo.

Hemos tratado de aprender pero no hemos sido lo suficientemente lúcidos para aprender lo necesario. Siempre será así. Las lecciones de los días se repiten y repiten. Absortos, por lo general, avanzamos pero no lo que nos falta. El camino se angosta, se hace trazos. Nos desafía y lo sabemos. Y apuramos el paso. Aparta de mi este cáliz. Aparta de mí esta sombra. No me preguntes cómo pasa el tiempo.

Nos gusta estar a la vanguardia. Ladran Sancho, señal de que avanzamos. Pero sin que el ruido nos aturda. Sin que el árbol nos impida ver el bosque. Adelante pero no lejanos de la vida. Lanza en ristre pero con un libro en la otra mano. Un libro que es como un escudo, como una muralla. Y un brazo blandiendo todas las espadas.

Que el sueño no nos nuble la mirada. Que el miedo no nos paralice ante el peligro. Apuremos las noches con sus respectivas vigilias. Apuremos los días con sus signos de humo. Y que el amor nos colme todo lo que pueda, el vasto amor caudal puro del río, momento irrepetible del tiempo consagrado.

Y avancemos como las caravanas del desierto. Como las barcazas halladas del naufragio. Dejando huella, haciendo vida, seguros de que el porvenir reparará los errores del pasado. Con fe, con la secreta esperanza de que hoy es siempre todavía.