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IA en las aulas: oportunidad o riesgo para la educación infantil

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Fecha Publicación: 31/08/2025 - 21:00
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La inteligencia artificial (IA) ya no es un concepto futurista, sino una realidad que se infiltra en nuestra vida cotidiana e incluso, se encuentra al alcance de los niños. Esta generación, que crece rodeada de tecnología, se enfrenta a un escenario que plantea un dilema crucial: ¿es la IA un aliado en su formación o representa una amenaza latente para su desarrollo? Negarles el acceso a la IA no es una opción realista, lo importante es decidir cómo, en qué condiciones y con qué limitaciones debe usarse.
Uno de los aportes más celebrados de la IA en la educación y desarrollo de niños es su capacidad de personalizar el aprendizaje. Existen herramientas digitales que son capaces de adaptarse al ritmo de cada niño, reforzar sus debilidades y potenciar sus fortalezas, lo cual representa un avance frente a modelos educativos tradicionales y rígidos que muchas veces dejan atrás a quienes aprenden a ritmos distintos.
Un ejemplo claro es Duolingo. En 2025, sus acciones cayeron fuertemente debido a que nuevas apps de IA comenzaron a enseñar idiomas con mayor eficacia y personalización. La compañía respondió incorporando más inteligencia artificial en su plataforma y aclaró que la IA no sustituiría a los docentes ni al personal, sino que se plantea como un apoyo a la innovación y diversificación de contenidos.
Además, la IA ofrece recursos motivadores e interactivos. Desde juegos educativos, entornos virtuales y hasta asistentes inteligentes despiertan el interés y creatividad de los más pequeños, logrando que se involucren más activamente en su aprendizaje.
Otro aspecto positivo es la inclusión. La IA puede convertirse en una aliada sobre todo para alumnos con necesidades especiales, ofreciendo traductores automáticos, lectores de texto o apoyos adaptados que facilitan la participación de todos los alumnos. En contextos con recursos limitados, estas tecnologías pueden ampliar el acceso a materiales de calidad, reduciendo así brechas educativas.
Incluso para los docentes, la IA representa un recurso valioso. Al encargarse de tareas repetitivas, libera tiempo para lo esencial en la educación: la interacción humana, la enseñanza y el acompañamiento emocional.
Sin embargo, junto con los beneficios aparecen riesgos que no deben minimizarse. Una preocupación recurrente es la dependencia excesiva a la IA. Si los niños confían en la IA para realizar sus tareas, dejan de ejercitar habilidades esenciales para su desarrollo como el razonamiento y pensamiento crítico, la capacidad reflexiva, cultivar la creatividad, así como la independencia y la autonomía. Lo que empieza como una ayuda puede terminar convirtiéndose en un obstáculo al desarrollo auténtico del aprendizaje.
Ahora bien, el problema no se reduce únicamente a que los niños usen la inteligencia artificial para resolver sus tareas. El verdadero desafío está en que las propias instituciones educativas asuman un rol protagónico. Son ellas las responsables de establecer lineamientos claros sobre el uso de estas herramientas, seleccionarlas con criterio pedagógico y capacitar a los docentes para integrarlas en la enseñanza. Sin ese marco institucional, la IA corre el riesgo de convertirse en un sustituto del esfuerzo y no en un recurso que impulse la creatividad y el aprendizaje.
En el debate actual, el foco debe centrarse en el aula. La IA no puede entenderse únicamente como una distracción como las redes sociales, ya que su influencia e impacto es mucho más profundo. La IA transforma la manera en que los niños aprenden y procesan la información a la que están expuestos. Bajo esa mirada, se vuelve indispensable que las instituciones educativas adapten sus currículos, incorporando actividades que preparen a los alumnos para convivir con la tecnología.
La IA, además, puede ser sumamente útil en etapas tempranas siempre que se use con la debida supervisión. El riesgo se manifiesta cuando los alumnos comienzan a percibirla como un sustituto del esfuerzo personal. Por eso, para contrarrestarlo, se plantean cambios en los sistemas de evaluación, privilegiando metodologías que valoren el razonamiento, la explicación oral o el proceso, antes que una simple respuesta.
Desde la perspectiva psicológica y psicopedagógica también se levantan alertas. La IA nunca podrá suplir la empatía y el acompañamiento humano en la educación. Si los niños comienzan a acudir a estas herramientas como sustituto de la interacción social, podrían volverse más vulnerables al aislamiento o a la frustración. Un algoritmo puede entregar información precisa, pero carece de la capacidad de motivar a un niño en momentos de frustración o transmitir el valor del esfuerzo personal. La educación, en última instancia, sigue siendo un proceso profundamente humano que exige guía, contención y vínculos de confianza.
Por eso, la IA debe entenderse como un medio y no un fin en sí mismo. Integrarla en la educación implica preparar a los docentes en competencias digitales, establecer marcos éticos sólidos y definir protocolos claros de aplicación. Las instituciones educativas no pueden delegar esta responsabilidad, son ellas las que deben garantizar que la tecnología se use con fines pedagógicos definidos, que promueva la autonomía y fortalezca la capacidad crítica de los alumnos.
La solución, entonces no pasa por prohibir ni por aceptar ciegamente la IA, sino por diseñar un uso equilibrado y consciente. Los niños necesitan explorar la tecnología, pero siempre acompañados de padres y educadores que los guíen y les enseñen a cuestionar lo que reciben. Implica también que desde temprana edad se promueva la alfabetización digital, explicándoles qué es la Inteligencia Artificial, cómo funciona, cuáles son sus limitaciones y qué riesgos puede generar.
Del mismo modo, se requiere avanzar hacia una regulación efectiva que respalde estas iniciativas, de modo que el uso de la IA en la educación esté alineado con los objetivos de aprendizaje. El equilibrio debe incluir el fomento de hábitos saludables, de manera que el tiempo frente a esta tecnología se combine con actividades físicas, sociales y recreativas que fortalezcan el desarrollo integral.
La inteligencia artificial ya forma parte de la vida de los niños y no se puede revertir esta realidad. Negarles el acceso sería condenarlos a una desventaja en un mundo cada vez más tecnológico. Sin embargo, permitir un uso indiscriminado sería igual de peligroso, ya que podría comprometer su desarrollo cognitivo, emocional y social.
El reto está en construir un marco de uso responsable y seguro, donde la IA se convierta en una aliada de la educación, mas no en un sustituto del esfuerzo que caracteriza el real aprendizaje. El futuro dependerá de la capacidad de las instituciones educativas para establecer límites, aprovechar las bondades de estas herramientas y formar a las nuevas generaciones con criterio y autonomía.
La IA puede ser tanto aliada como enemiga. Todo dependerá de cómo decidamos integrarla en la educación de los niños. El desafío es encontrar el equilibrio correcto: un acceso libre pero guiado, innovador pero responsable, tecnológico pero profundamente humano.

Por María Paz Aliaga Barrantes

Asociada y Miembro del Área de Derecho y Nuevas Tecnologías de TYTL Abogados

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