III Domingo de Cuaresma: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”
Queridos hermanos, estamos ante el Domingo III de Cuaresma. La primera lectura de este domingo nos habla de la murmuración del pueblo de Israel en el desierto: “El pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?” Clamó Moisés al Señor y dijo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen”. Respondió el Señor a Moisés: “Preséntate al pueblo, lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”. Frente a esta realidad, surge la duda en Moisés y golpea dos veces la roca. Es por ello, que no entra en la tierra prometida porque en el fondo, porque humanamente duda del poder de Dios. El pueblo de Israel tentó al Señor diciendo: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”. Esta es la murmuración del pueblo, por lo que Dios se cansa y los envía cuarenta años por el desierto.
Esto lo hace para enseñarles a creer en Él y puedan tenerlo en su corazón. Respondemos a esta lectura con el salmo 94: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”. Hermanos, nos endurezcamos nuestros corazones a Dios por el afán de poder, dinero o un nombre. Muchas veces ponemos a prueba a Dios ante estos bienes del mundo, sin darnos cuenta que nos alejan de su gracia, sin traernos nada bueno.
La segunda lectura es del libro de la carta del apóstol san Pablo a los romanos: “Ya que hemos recibido la justificación por la fe por medio de nuestro Señor Jesucristo. Nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Esta es la prueba real del gran amor de Dios para con nosotros, porque su corazón divino le permite amar en esa dimensión que pareciera distante a nosotros, pero es el ejemplo de amor y sacrificio que nos desea dar.
En el evangelio de san Juan se nos presenta la imagen de la samaritana: “Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. La mujer le pregunta esto, pues en aquellos tiempos los samaritanos eran una comunidad protestante, pues tienen códice distinto de la Torá, la Escritura. “Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva” La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob? Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Hoy, Dios te ofrece un agua que te da la posibilidad de saciar tu sed de felicidad, afecto y de tu incapacidad para amar al prójimo. Y esta agua se convertirá en vida eterna para ti y para mí. Esta es la gracia que nos ofrece el Padre, a través de la Iglesia. “La mujer le dice: “Señor, dame de esa agua, así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La acotación de los maridos de la samaritana, hace referencia a los ídolos del hombre, a los que rendimos culto y vamos tras ellos en busca de felicidad. La mujer se pregunta cómo es que Jesús sabe sobre su vida. En esto, la mujer afirma que es un profeta.
Después, Jesús nos invitará a dar culto a Dios en espíritu y verdad. Es decir, desde el fondo de nuestro ser. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Soy yo, el que habla contigo”. Esta es una de las veces en que Jesús se presenta a sí mismo como el Mesías y también en este día, se presenta a ti como el Salvador que esperas, aquel que saciará tu hambre y sed. “Al salir del pueblo, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. Este es el centro de esta Palabra: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”. Se te presenta Jesús como el único que te da la verdadera felicidad; vivir engañados, maquillando la verdad no es la auténtica felicidad. Si hacemos la voluntad de Dios, seremos felices. Hermanos, la presencia de este virus ante el que padecen miles de personas nos recuerda que la vida llega a su fin, hoy les invito a confiar en Dios, en su capacidad para amar. Esta es la respuesta que tenemos que dar. Que la bendición de Dios esté con ustedes y sus familias.