Informalidad y populismo: cóctel explosivo para la democracia
Es un hecho que el 70% de peruanos pobres están inmersos en la informalidad, viven en la periferia de las ciudades o en zonas rurales y esperan poseer las mismas condiciones de vida del otro 30% de la población.
Sobre todo, el deseo de contar con las ventajas que tiene el 17% de ese 30% que comprende a los trabajadores privados y del sector público. Obviamente, como informales no reciben el salario mínimo vital, trabajan más de ocho horas diarias, carecen de 14 sueldos (julio y diciembre), no cuentan con seguridad social ni jubilación; generalmente, habitan zonas marginadas de las urbes.
Este caso se complica en Lima Metropolitana por el infernal tráfico que demanda cuatro o más horas para llegar al centro laboral y regresar al hogar. Con todo ese ecosistema adverso, es lógico determinar que a ese 70% de informales, la inmensa mayoría, no le interesa la política del día a día o las noticias nacionales o internacionales; mucho menos importará el arte, la cultura y la literatura. Claro está que el fútbol, es casi el único refugio como entretenimiento.
Con seguridad no conocen los nombres de las figuras de la intelectualidad, tampoco del presidente del consejo de ministros, menos aún recuerdan los apellidos de los históricos y, contrario a lo que parece, los apellidos de aquellos políticos que continuamente están en las pantallas de TV, no logran familiaridad popular. Por el contrario, es fama efímera, que se da solo cuando aparecen proyectos populistas que alborotan el gallinero.
En cuanto a los partidos políticos, tal es el número de registrados en el JNE que tanto el sector pobre como el medio y alto no tienen la menor idea de quienes son. Sin embargo, por su ejecutoria e historia, las organizaciones son recordadas por los símbolos que han enarbolado en el tiempo: la lampa de Acción Popular, la estrella del APRA, el mapa de Perú del PPC y otros. Del resto, veintidós partidos no se tiene la menor idea.
No obstante, esta circunstancia gravitó en los resultados finales de las elecciones de 2021: las ánforas eligieron presidente de la República a alguien que no reunía las mínimas condiciones para ocupar el cargo más importante del país. El resultado fue que durante un año y meses que gobernó, llevó a los peruanos casi a las quiebras económica, social y moral. Pero, como “Dios es peruano”, según el adagio, se produjo el milagro: a través del Canal 7 disolvió todo lo imaginable. Su mínima capacidad de estadista lo llevó a disolverse él mismo.
Visto en perspectiva, con miras al próximo futuro, con la firme decisión de combatir la informalidad y el populismo de cualquier color, es fundamental que los partidos llamados tradicionales estudien y propongan propuestas innovadoras que, en el marco de un Estado de derecho y democrático, impulsen inversiones, generen riqueza y gesten empleos de calidad en beneficio de casi el millón de desempleados que registra Perú.
* Exsenador de La República
Por Javier Díaz Orihuela
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