Integración andina desde la escuela, ¿por qué no?
La integración como cultura debería germinar en el seno del mismo fondo social. Las escuelas destacan porque, con arreglo a su propia naturaleza y fines, de ellas participan niños y jóvenes (el futuro) y sus padres, quienes ocupan diversos puestos en la sociedad (el presente). Desde esta perspectiva, las escuelas se enlazan estrechamente con el trama cotidiano de las sociedades: normas, costumbres, creencias, valores, visiones. Ese enlace no se circunscribe en la impartición de conocimientos sino que formaliza, habilita al estudiante para que las haga propias de manera que, cuando adulto, en el ámbito en que se desenvuelva, al interactuar con sus pares, se pueda estructurar una sociedad vertebrada en torno a unos símbolos y significados comunes.
En la escuela se preserva la memoria de la patria, se gesta la identidad personal y se generan los ideales que articularán el porvenir de una nación. Es la cultura misma que transversalmente dinamiza la escuela. En ella, los estudiantes no solamente conocen y respetan su historia sino que también aprenden a hacer lo propio con las historias de otras naciones. La pluralidad, nota relevante de los países insertos en la comunidad regional, puede ser aceptada sin mayor impedimento por los jóvenes porque se encuentran en la antípoda de intereses subalternos que los habilita a reconocer lo bueno y valioso de otras latitudes. La edad, la docilidad y buena disposición de los escolares es uno de los argumentos que abona en favor de aventurarse a explorar desde la escuela el camino de la integración.
Un segundo criterio es la misma naturaleza de los colegios: su quehacer educativo. La educación no se agota en la enseñanza de materias, sus posibilidades se abren hacia actividades que promueven que el joven tenga experiencias directas con sus pares de otras escuelas a través de encuentros culturales, artísticos, deportivos… y de intercambio. Lo propio es válido para los docentes. Dichas actividades implican un acercamiento entre instituciones que mediante el diseño y realización de proyectos en común incoan espacios de integración a partir de las escuelas. Los efectos educativos de estas iniciativas son de capital importancia para el desarrollo personal de los participantes.
Un tercer argumento remite a considerar que las escuelas son organizaciones culturales con la suficiente autonomía como para convocar o aceptar cuando sean solicitadas por otras. Su capacidad de movimiento no depende de terceros. Si la dirección valora una iniciativa como viable y positiva para sus alumnos, pues toma la decisión pertinente. Pero es su permanencia y continuidad en el tiempo lo que asegura que los proyectos o iniciativas se hagan historia y generen frutos. Aquellos, cuando se hacen ‘educativos’, es decir, redundan en beneficio de los alumnos, se estructuran fácilmente en la planificación escolar y se repiten en la periodicidad acordada.
En el tiempo, los proyectos o iniciativas, al generar sinergia entre distintos centros educativos, promueven actitudes basadas en una nueva cultura. Desde esta óptica, las escuelas pueden convertirse en aliadas eficaces para la apertura de nuevos caminos en la mira de cimentar la integración supranacional.
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