Irrumpir en embajadas: ¿nuevo paradigma de la política internacional?
El viernes de la semana pasada, la policía ecuatoriana ingresó a la embajada de México en su país para arrestar al prófugo Jorge Glas, exvicepresidente del Ecuador del gobierno de Rafael Correa, condenado por corrupción por el caso Odebrecht e investigado por malversación de fondos, quien horas antes había recibido la condición de asilado, luego de pasar varios meses como huésped en la Embajada.
Esto luego de que la tensión diplomática entre ambos países se elevara por la protección mexicana a Jorge Glas y al correísmo. Tensión que llegó a su punto más álgido el miércoles 3 de abril, cuando el presidente de México, López Obrador, hizo un comentario desatinado con respecto al asesinato del candidato Fernando Villavicencio, cobardemente asesinado durante la campaña presidencial; esto llevó a que Ecuador declarara persona “non grata” a la embajadora de México en el país, a lo que México respondió retirando a su embajadora y otorgándole la condición de asilado al corrupto exvicepresidente, luego de lo cual, el viernes 5 de abril, la policía ecuatoriana irrumpió en la embajada mexicana para arrestarlo.
Si bien López Obrador ha llevado a cabo una nefasta política exterior, insultando a gobiernos democráticos, respaldando dictaduras y entrometiéndose en asuntos de otros estados, incluso impidiendo por varios meses que Perú pueda tomar la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico, lo sucedido sienta un peligroso precedente para las relaciones y el derecho internacional moderno, pues se han vulnerado tratados fundamentales para el ordenamiento jurídico mundial, poniendo en duda la eficacia de instituciones como la misma Naciones Unidas.
Parece claro que el mundo ya no es el de la postguerra del siglo XX. Hemos entrado a una época de multipolaridad basada en hegemonías regionales que encuentran espacio frente al aislacionismo que empieza a mostrar EEUU, luego de que fuera el sheriff del mundo tras la caída del comunismo.
Los líderes de las nuevas generaciones, cuyas edades bordean los 40 años, no encuentran sentido a instituciones que previenen las guerras mundiales porque no han vivido esos procesos. Los problemas en sus países los últimos 40 años no han sido invasiones y genocidio, han sido corrupción, crimen organizado, terrorismo; problemas eminentemente internos que, aunque en algunos casos –como el crimen organizado– pueda tener un componente externo, se arreglan dentro de las propias fronteras.
Es por eso que a estos nuevos líderes no les preocupa la repercusión internacional de sus acciones, y en el contexto de una proliferación del crimen organizado multinacional, se han generado las condiciones para que la población busque líderes capaces de tomar posiciones radicales para combatir el caos y la violencia… para sentirse seguros; lo que normalmente se traduce en conductas autoritarias, que ya ni se intentan disimular, sino que se reivindican, como cuando, en tono sarcástico, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, se autodenominó el dictador de El Salvador en su cuenta de Twitter; claro, siempre negando públicamente que su gobierno pueda tratase de una autoritarismo, a pesar de que todos los indicadores apuntan a que justamente de eso se trata.
El mayor problema de los autoritarismos es que suelen vulnerar derechos humanos, no existe separación de poderes, no se aseguran elecciones transparentes, y se restringe el derecho a la participación ciudadana, cosas de lo que constantemente se acusa al presidente de El Salvador.
Pero tomar posiciones radicales para imponer el orden y la seguridad, en el contexto de violencia que viven los países a causa del crimen organizado multinacional, aseguran respaldo popular y, con eso, la posibilidad de mantenerse en el poder.
A principios de año, Bukele logró su reelección con un 85% de los votos; esto gracias a sus políticas radicales contra la delincuencia, que han hecho de El Salvador un país nuevo, donde incluso, al día de hoy, se puede ir a hacer turismo, algo impensable en la época de las maras.
Noboa parece apuntar a la misma lógica. Necesita reelegirse el 2025, principalmente porque ha ganado para terminar el periodo trunco del expresidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, con lo cual solo gobernaría por un año y medio aproximadamente, dejando trunco cualquier proyecto que estuviera emprendiendo y principalmente castrando su política radical contra el crimen organizado, la cual, claramente, le debe haber ganado más de un enemigo en el mundo del hampa.
Perseguir también la criminalidad de guante blanco, a los corruptos sentenciados del gobierno de Correa, a toda costa, sin medir consecuencias, haciendo respetar la soberanía por encima de cualquier norma internacional, es un claro mensaje a la población.
Lamentablemente, el accionar de Ecuador muestra una reconfiguración de las reglas de juego de la política internacional, que parecen avanzar hacia una nueva era de enemistad entre las naciones.
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