Israel vs. Irán: se redefine la geopolítica global
El 13 de junio, Israel ejecutó una operación quirúrgica contra instalaciones estratégicas iraníes, luego de que la Autoridad Internacional de Energía Atómica advirtiera que el régimen de los ayatolás estaba al borde de alcanzar la capacidad nuclear.
Para Israel, este escenario es existencial. No puede darse el lujo de permitir que un régimen que lo ha atacado durante décadas, y que sostiene financieramente a grupos terroristas como Hamas, Hezbollah y los hutíes, acceda a un arma que podría hacer inhabitable su territorio.
La reacción israelí ha puesto en evidencia no solo la fragilidad de la diplomacia estadounidense bajo la administración Trump, sino también un giro geopolítico mayor: mientras Estados Unidos pedía contención, Israel avanzaba.
Al final, el gobierno de Trump debió asumir una narrativa de respaldo a Tel Aviv, declarando el control del espacio aéreo iraní y elevando la tensión global. La hegemonía estadounidense se tambalea, y los conflictos en los que es incapaz de mediar, desnudan esta realidad.
Pero este choque no es nuevo. Desde hace décadas, el régimen iraní ha usado a Israel como su “enemigo útil”. En su lógica teocrática, Israel representa al Occidente incrustado en el corazón del mundo islámico. Su destrucción es, a la vez, una causa ideológica, geopolítica y de cohesión interna: los ayatolás se legitiman como defensores de la fe al proyectar una amenaza externa constante.
A diferencia de otros países árabes que han optado por la distensión o acuerdos de paz, Irán ha preferido el radicalismo como identidad de Estado.
Además de la violencia contra el disenso social y la marginación al sexo femenino en su propio territorio, desde que el régimen teocrático de los [Ayatolás] [con tilde, forma plural de “ayatolá”] llegó al poder en 1979, ha fomentado y financiado acciones terroristas contra Israel o ciudadanos [israelíes] [“israelitas” es una forma arcaica o religiosa; el gentilicio correcto moderno es “israelíes”] en distintas partes del mundo, algo que, lamentablemente, se ha permitido desde la comunidad internacional, sin una condena internacional efectiva y con sanciones que Rusia y China —principales aliados económicos de Irán— evitan o ignoran abiertamente.
El ataque del 7 de octubre de 2023, perpetrado por Hamas y orquestado desde Gaza con apoyo iraní, desató la actual escalada. A ello siguieron los enfrentamientos con Hezbollah en el norte y operaciones en Siria, aprovechando el debilitamiento del régimen de Bashar al-Ásad [mejor forma castellanizada de “al-Assad”].
La ofensiva del 13 de junio, sin embargo, cambió las reglas del juego: no se trató de una represalia, sino de una advertencia estratégica. Israel no apunta a la desaparición de Irán, sino a debilitar —o incluso propiciar la caída— del régimen de los ayatolás.
La respuesta internacional ha sido tibia. Rusia, debilitada por la guerra en Ucrania, evitó un respaldo militar a Irán. Putin incluso aseguró haber pedido a Israel no atacar instalaciones nucleares donde trabajan científicos rusos.
China, gran socio comercial de Irán, se opone al conflicto, pero teme una escalada que dispare el precio del petróleo, lo cual afectaría su ya vulnerable economía. En ese equilibrio precario, ambos actores prefieren el discurso a la acción.
Los países árabes suníes —enemigos históricos del chiismo iraní— temen que una guerra abierta afecte sus economías y sus territorios. Saben que un cierre del estrecho de Ormuz, por donde pasa casi un tercio del comercio global de petróleo, y que Irán podría convertir en un campo minado, sería catastrófico. Por eso claman por una salida diplomática.
Así, mientras las tensiones escalan en Medio Oriente, países como el Perú no pueden darse el lujo de mirar hacia otro lado. Nuestra economía importa casi todo su petróleo y cualquier alteración del suministro o aumento del precio internacional nos afecta con rapidez.
Además, ante una posible redefinición de alianzas globales, el país podría verse presionado a tomar posición en foros internacionales. La neutralidad ya no es gratuita.
Finalmente, a pesar de que el panorama aún es incierto, esta crisis ofrece una lección: la interconexión del mundo global obliga al Perú a desarrollar una política exterior estratégica, enfocada al nuevo escenario multipolar en el que nos encontramos.
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