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Izquierda bruta y achorada: un espejo de contradicciones

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Fecha Publicación: 18/01/2025 - 22:40
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La ironía, en su forma más cruda, es un espejo que nos obliga a confrontar nuestras propias contradicciones. Y pocos colectivos la encarnan de manera tan perfecta como ciertos sectores de la izquierda contemporánea, especialmente aquellos que, con gritos y consignas, pretenden monopolizar la moral y el sentido común. En su arsenal discursivo, el término “fascista” se ha convertido en una herramienta recurrente para descalificar a quienes piensan diferente. Pero, irónicamente, ¿cuánto se han detenido a reflexionar sobre su significado?
El fascismo, al igual que el socialismo, comparte una raíz ideológica: ambos proponen un Estado controlador, uno que aplasta libertades en nombre de un ideal superior. ¿No es entonces curioso que aquellos que abogan por el socialismo acusen de fascistas a sus adversarios políticos? En esta paradoja, los extremos terminan tocándose.
Y, como respuesta al etiquetado simplista, han popularizado el insulto de “Derecha bruta y achorada”. Sin embargo, si revisamos la definición de “bruto” según la Real Academia Española —violento, rudo, carente de civilidad, ignorante—, no podemos ignorar cuántas veces estas características han encontrado hogar en sus propias filas. La barbarie de vandalizar espacios públicos y religiosos, por ejemplo, deja al descubierto una falta de civilidad que contradice cualquier discurso de progreso o respeto.
El caso de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) es particularmente ilustrativo. En una institución cuya identidad está arraigada en el catolicismo, un grupo de estudiantes, bajo el estandarte de la supuesta modernidad, no ha dudado en atacar símbolos religiosos con un desprecio que raya en la incoherencia. ¿Qué clase de razonamiento puede justificar tal torpeza en una universidad que proclama su vínculo con la fe?
Por otro lado, está la faceta “achorada” de este sector. Insolentes, desafiantes e incapaces de tolerar ideas contrarias, recurren con frecuencia a la intimidación y la violencia cuando las palabras no son suficientes para ganar el debate. Esa actitud desafiante, que se presenta como valentía, es en realidad un signo de inseguridad ideológica.
La próxima vez que escuchemos el término “Derecha bruta y achorada”, sería prudente detenernos a observar quién lanza el insulto. En este teatro del absurdo en el que vivimos, los verdaderos brutos y achorados suelen ser quienes más alto gritan, quienes vandalizan y quienes convierten la intolerancia en su única bandera.
El progreso, el verdadero progreso, no necesita adjetivos despectivos ni violencia. La libertad de pensamiento y expresión, así como el respeto mutuo, son los pilares de una sociedad civilizada. Y quizá sea hora de recordar que el verdadero diálogo no grita, no agrede, y mucho menos destruye.
Porque, al final, las palabras no definen quiénes somos; nuestros actos lo hacen.

Por Marco Antonio Ramírez Feijoo

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