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Jaque a la universidad

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Fecha Publicación: 16/09/2022 - 22:30
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La sociedad actual es eminentemente activa y vitalmente movida por resultados. Será por eso que le interesa subordinar a sus fines a las universidades. La misión de la universidad no se agota en la esfera de lo útil y mensurable. En rigor, ni fabrica ni produce, forma y cultiva el intelecto de las personas.Tampoco genera directamente profesionales que contribuyan al desarrollo de las empresas que los contratan. El para qué y cómo apliquen los conocimientos es potestad absoluta de cada egresado. La universidad debe ser eficiente por ella misma y no en función de las necesidades de uno o más sectores productivos o ideológicos de la sociedad.

En una partida de ajedrez, no bien comenzada, perder la reina es continuar el juego con la amenaza de una «anunciada muerte súbita».

A la universidad le puede estar ocurriendo algo similar. Entregar la «reina» de las ideas, del discurso y análisis teórico, de la investigación científica, del diálogo y del debate cultural –aun sabiendo del valor que ellas tienen en sí mismas–, es «jugar» sometidos al riesgo inminente de que lo meramente tecnológico, productivo y práctico, especificados en los distintos sectores de la sociedad, le hagan «jaque mate». La universidad tiene un ritmo propio, una cadencia singular que se acompasa con el quehacer intelectual. El ajetreo diario, que reclama operaciones y resultados inmediatos, encuentra su curso en la actuación y en el hacer. Por tanto, los resultados que a la universidad se le pueden reclamar están más en la línea de la exigencia académica que haya impreso en la preparación de los estudiantes al término de su proceso.

La universidad no es responsable directa de la situación por la que atraviesa un determinado país. Más bien, por exigirle «pan cuando lo suyo es la harina», ha ido perdiendo perspectiva para aportar, desde su propia óptica, alternativas y posibilidades para el desarrollo del país. El poder que otorga el asignar recursos no debería maniatar –en rigor, no es un problema de montos o cantidades, sino de criterio y principios– el desenvolvimiento de las instituciones educativas, más bien debería facilitarles o allanarles el camino para que cumplan su misión. Tampoco el mercado, en este caso, es un buen rector. Las universidades, hijas de este tiempo, deben reencontrar su misión volviendo a su raíz: «la universalidad». De igual modo, deben desprenderse de aquellas obligaciones o cargas adjetivas que con el paso del tiempo asumieron con resultados onerosos para su propio quehacer.

Finalmente, si la universidad contribuye al bien común a través de la formación de profesionales y enriqueciendo la cultura, le corresponde a la sociedad y al estado facilitarle las condiciones necesarias para que cumpla su misión. Traspasar este lindero es atentar contra su autonomía y dar paso a la intromisión con regulaciones administrativas farragosas que, so pretexto de promover y controlar la calidad en su servicio, terminan ahogando su vitalidad e ímpetu para dedicarse a lo suyo: los saberes universales y la investigación.

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