Kissinger: Un siglo
El 27 de mayo de 1923 nació Heinz Alfred Kissinger, como hijo de Louis y Paula, en la ciudad Alemana Fürth. Luego de hacerse ciudadano estadounidense adoptó el nombre de Henry, con el que es conocido.
Además de yo, como él naciéramos en el Estado de Baviera, hay más de una coincidencia entre la biografía de Henry Kissinger con algunos aspectos de mi vida. Nuestra educación empezó en Alemania -país extremamente gravitante en la política internacional- y migramos a temprana edad a América. Él al norte, haciéndose ciudadano de los Estados Unidos de América, país protagonista en el quehacer mundial, en tanto que yo, peruano serví a una nación ciertamente víctima de sus vínculos con otros países cercanos, que durante su existencia ha resistido agresiones y la pérdida constante de territorio nacional.
Kissinger, con mayor éxito y protagonismo, llegó pronto a ser secretario de Estado, es decir ministro de relaciones exteriores, de una potencia. Luego de ejecutivo, académico e intelectual, supo hacer expresa con su experiencia en muchas publicaciones. Cobra hasta cien veces más de lo que a mí me pagan por conferencias Mis libros se venden mucho menos. EEUU es un país de migrantes, y confía en su éxito.
La primera vez que tuve un encuentro personal con el entonces poderoso secretario de Estado, fue en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Yo acompañaba a Javier Pérez de Cuéllar, mi jefe, a una reunión en la pequeña oficina que queda al lado del hemiciclo del Consejo de Seguridad. Ahí se auscultaban posiciones, y el Perú era miembro del Consejo.
En una pausa Kissinger hablaba en alemán con el entonces secretario general Kurt Wilhelm. Buscan una expresión adecuada en el idioma inglés. Intervine para proponer la traducción de la idea que ellos concibieron en su idioma materno, que también era el mío, al inglés Kissinger me pregunto cuántos años llevaba viviendo en EEUU.
Entonces aproveché para mostrarle mi carnet diplomático, que de acuerdo a costumbre –año 1973- llevaba la firma de Kissinger. Y le relaté la anécdota “cuando hice mi primera compra en el barrio judío se me pidió una identificación. Entonces, con orgullo, le enseñé el documento firmado por usted. Para sorpresa el judío me dijo: no me interesa su posición, sino su dinero. ¿Tiene alguna tarjeta de crédito?”. Kissinger soltó una carcajada, diciéndome “también entre judios el dinero es muy importante” .
La ocasión en que pude conversar más extensamente con él fue en Alemania. Ambos coincidimos en la larga y aburrida ceremonia fúnebre de Strauss, el ministro presidente del Estado Libre de Baviera, como representantes de nuestros respectivos gobiernos. Hubo, como es costumbre, un almuerzo e hicimos un aparte. Recordamos la coincidencia de ser bávaros y de no haber olvidado tradiciones. Luego Kissinger se interesó especialmente en saber cómo había logrado convencer a Fidel Castro para que dejara salir de Cuba a los diez mil que yo acogí en la embajada del Perú en 1980.
Mi último encuentro fue en China. Estaba a cargo de la embajada en Pekín. Kissinger que frisaba los setenta años estuvo acompañado de una guapa joven de unos treinta años de edad. Intercambiamos ideas sobre el desarrollo de China, y la importancia de Alemania para mantener un equilibrio que no enfrente a la potencia emergente con los Estados Unidos.
Kissinger -su siempre sabio consejo- son vigentes. El mundo atraviesa por circunstancias complejas y difíciles que son una amenaza para la paz mundial.
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