La adolescencia, camino hacia la madurez
La adolescencia no es un estado civil. Tampoco es una clase social. “No es una fase más de la existencia, sino una realidad total y compleja, un mundo” (Debesse). Es una etapa necesaria en el desarrollo de la persona, que no se puede sortear, pero tampoco se puede permanecer indefinidamente en ella. Es un periodo de transición. Es un camino, no una meta.
Luego de unos años de solaz, calma y equilibrio consigo mismo y con los demás, el niño ingresa sin partitura a un nuevo período vital que puede asemejarse a una montaña rusa. Velocidad e intensidad; estaciones serenas; precipitaciones acompañadas de vértigo y de temor; finalmente, largo tramo cuesta arriba donde el tedio y la lentitud merman las ilusiones y energías. La adolescencia es una etapa fugaz pero intensa en sus manifestaciones y demandas.
El adolescente descubre por primera vez que es diferente, gracias al nacimiento de su intimidad y, está virtualmente interesado en afirmarla. La adolescencia es, ante todo, una crisis de originalidad. La emergencia del yo es uno de los fenómenos más característicos de la adolescencia. El desarrollo de la propia identidad desemboca en el descubrimiento de la alteridad en un entorno más amplio que el familiar o escolar.
La adolescencia es un periodo clave en la formación de la personalidad. Es un tramo vital sensible y fértil. Sensible porque en él pueden ocurrir heridas difíciles de cicatrizar; y, fértil porque empiezan a despuntar los ideales que impulsan y dan sentido el resto de su vida. Una vida lograda es un ideal vislumbrado en la edad juvenil y realizada en la madurez.
Es frecuente que la adolescencia coincida con la etapa familiar en la que los padres tienen más experiencia, madurez y estabilidad. No obstante, cuando parece que la vida continúa sin ribetes ni sobresaltos, el hijo adolescente –ayer dócil y alegre– asoma demandando respuestas inéditas. La paciencia flaquea. Es momento de la compresión y de la autoridad. Los padres estrenan competencias y habilidades. En cierto modo, padres e hijo noveles deben construir un nuevo guion educativo.
La adolescencia se inscribe en un tipo determinado de sociedad cuyas características y estilos de vida influyen en aquél. No es la misma cuando los padres fueron adolescentes, tampoco es igual a cuando los hijos nacieron.
No es que aparezcan nuevos problemas; ocurre que emergen a primer plano, intensos e iluminados por acción de las correrías y demandas del adolescente. La influencia de modelos y costumbres que corren veloces a través de las redes sociales, de los medios de comunicación y hasta de los amigos generan controversias entre los padres y el adolescente: los padres oscilan entre mayor o menor independencia; dejarlo actuar o ejercer control; confiar o no en su criterio.
Las nuevas realidades parece que confunden más a los padres que a los mismos adolescentes con respecto a su actuación. Lo cierto es que el ambiente juega un rol significativo en el adolescente y en el papel de los padres.
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