La calidad no se encuentra en las cosas
En los tiempos que corren, la calidad se ha convertido en una meta que se busca alcanzar para adecuarse a las exigencias de un entorno sensiblemente competitivo. El mercado se convierte en el termómetro oficial para sancionar la calidad de un bien o un servicio y, en consecuencia, las empresas, para permitirse su continuidad, se afanan en satisfacerlo. Sin embargo, es importante distinguir la sutil frontera entre el mercado y la empresa para que ésta no se deje envolver por lo cimbreante y variado del primero.
La empresa hace cosas que el mercado, porque las necesita, las adquiere, como es evidente. El hacer cosas supone la participación activa de un autor; pues, los bienes y servicios en sí mismos no la tienen, sino que la reciben proporcionalmente a la calidad del agente. En suma, porque la calidad humana y profesional de los trabajadores de una empresa es su distintivo, los bienes o servicios brindados serán de la misma condición y serán capaces de satisfacer con oportunidad y eficiencia los requerimientos de sus clientes, con lo cual, se asegura la continuidad y vigencia de la empresa.
Al respecto, y de la mano de Carlos Llano, pensador mexicano, citaré algunos puntos:
1. La calidad no se encuentra en las cosas sino en las personas; 2. La calidad no es un estado en que algo o alguien se encuentra, sino una situación dinámica derivada de la continua superación; 3. Esta superación secuencial no depende de la comparación con el estado de otros, sino con un estado propio inmediatamente anterior; 4. La calidad no se procura por medio de golpes maestros, o de campañas extraordinarias, ha de lograrse en el trabajo cotidiano; 5. El aumento de la calidad en las acciones y en sus resultados se obtiene mediante su práctica sostenida, constante y en el tiempo; 6. Es importante que en el deseo de calidad se obtengan resultados, pero lo más importante es exigirse para obtenerlos. Todos estos puntos hacen referencia a la persona en cuanto sujeto y agente de la calidad. Desde esta perspectiva, las organizaciones humanas deben procurar el desarrollo personal y profesional de todos y cada uno de sus miembros. Solo entonces, como suma de todos los aportes, aquellas brindarán bienes o servicios de calidad.
Si la persona es el sujeto y el agente de la calidad, el camino hacia esta comienza en el ser y no en el hacer del hombre. Para su desarrollo, sin embargo, no basta conocer y querer la verdad y el bien, sino realizar actos verdaderos, buenos y de calidad. Esta condición no siempre forma parte habitual del operar humano. Le corresponde la tarea personal, asumida libremente, de ir mejorando su ser de tal forma que incorpore cada vez más en sus acciones, su inteligencia y voluntad. En este sentido, el actuar propiamente humano solo es posible cuando añade virtudes a su naturaleza, a través de hábitos operativos buenos o de calidad. Por eso, la calidad de las cosas sigue a la de las personas.
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