La calle dirá todo
“Creo que la sociedad civil cobrará protagonismo a partir del 28 de julio. Ante un Congreso fragmentado con intereses de diversa índole... la sociedad civil será el actor más importante porque además no habrá identidad plena con quien salga elegido o elegida (presidente de la República)”.
Tales fueron los comentarios que alcancé a mi colega Rosana Cueva de Panamericana TV la noche del 11 de abril cuando estábamos a pocos minutos de conocer los resultados de la primera vuelta electoral. Es decir, antes de saber oficialmente que Pedro Castillo y Keiko Fujimori pasarían a disputar la jefatura del Estado. Los pongo entre comillas porque están recogidos en forma textual de YouTube, donde se hace más explícito que cualquiera de nosotros es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras.
Cito el pronóstico porque me reafirma en viejas hipótesis plasmadas en esta columna sobre la ficción democrática que vive el Perú hace más de 30 años y la precariedad representativa, lo cual hace cada vez más sólido el peso de la calle para determinar el rumbo del país como ha venido pasando en Chile y Colombia. Solo que, a diferencia de estas dos naciones sudamericanas, nuestra debilidad institucional es mucho más profunda y nada resiliente a la influencia de agendas fácticas extrañas al sistema que imponen hábiles activistas de la movilización popular.
Dicho de otra forma, con partidos políticos en el límite del cascarón y el vientre de alquiler, la voluntad ciudadana ya no se construye ni organiza a través de ellos, sino que se exhibe en la algarada callejera. Como ocurre en muchas naciones, algunas de estas algaradas pasan por encima de la ley, el respeto a los derechos humanos y a la propiedad pública o privada. Se legitiman en el temor de muchas autoridades a priorizar el imperio de las normas de convivencia que cede a la monserga de “no criminalizar la protesta” y robustecen con su indiferencia futuras acciones de vandalismo disfrazadas de reclamo.
En esas estamos. Con un presidente como Pedro Castillo y sus amigos anclados en la lógica de la campaña electoral para edificar las bases de una asamblea constituyente de apariencia redentora pero que solo busca su perpetuidad en el poder, la calle es apetitosa. También para un sector de la oposición que experimentó la insuficiencia del circuito constitucional cuando se activó la vacancia de Martín Vizcarra y Manuel Merino asumió la presidencia transitoria. Las masas estimuladas por la izquierda, sus ONG, académicos, artistas y periodistas, se zurró en ese circuito e impuso a sus representantes.
Ahora los críticos de Castillo, quienes se oponen a la constituyente o quieren vacarlo, también toman las plazas, jirones y avenidas. Ocupan su legítimo espacio y equilibran la otrora predominancia izquierdista. Es un primer paso, pero falta plasmar la alternativa política en un proyecto común. Aún así, da gusto que el bullicio popular no sea monocorde. La calle lo dirá todo en los próximos meses.
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