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La campana desafinada

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Fecha Publicación: 03/06/2025 - 22:30
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El pasado jueves en el barrio de Larraskitu, en Recalde, en los suburbios de Bilbao, España, se produjo un nuevo caso de violencia vicaria. Un hombre de 43 años mató a su hija de 13 y luego se suicidó. Sin embargo hay una víctima más, la madre, de 37, que ahora está trémula, ida, preguntándose por qué no la mató a ella también.
¿Qué puede pasar en la psique de un hombre común y corriente para que acuchille a su propia hija? ¿Qué explicaciones hay detrás de estos crímenes tan atroces como incomprensibles? El vínculo parental más precioso, roto de un tajo para expresar una furia y una frustración tan hondas como el pozo negro de la persona y de la sociedad en medio de la cual se fue profundizando, hasta tocar la misma esencia del mal y de la sinrazón?
Vuestros hijos no son hijos vuestros, escribe Gibrán: “Son hijos de la vida deseosa de sí misma...”. La cadena de la evolución humana no es solo una experiencia biológica sino una integral en la afirmación de nuestro ser espiritual y religioso, según las tesis del gran estudioso de la evolución, Teilhard de Chardin, que sostiene la meta de una unidad espiritual final.
En una sociedad autodestructiva los hijos son, en una importante proporción, no hijos del amor sino de las circunstancias, de la intrascendencia, cuando no de relaciones insanas, efímeras, meramente episódicas, correlato de una sociedad enferma y autodestructiva que se refugia en el hedonismo para sobrevivir. Los hijos son muchas veces una carga insoportable, un estorbo para el progreso material y laboral, especialmente en el caso de muchas mujeres ya de por sí marginadas y segregadas por su condición de tales.
En la vorágine de este siglo, los jóvenes ya no quieren tener hijos y en muchos casos, ni quisiera casarse. Nada de vínculos ni responsabilidades. La generación de cristal quiere ser siempre de cristal. Por otro lado-razonan- si en la primera infancia es clave la responsabilidad parental, si luego la mejor educación es la que se recibe en casa y si, finalmente, en la cruda adolescencia lo que se necesita es escucha, paciencia y persuasión paternal, entonces, qué me queda para mí…
Te queda la vida, muchacho, muchacha… permíteme decirte. Puedes creer lo que quieras de ella, incluso que sea absurda, pero vivirla no lo es, como enseña Camus, un existencialista. Seas cristiano o no, debes recordar a menudo las palabras de Pablo de Tarso: “Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada!”

Jorge.alania@gmail.com

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