La confianza es atrevida
La confianza otorgada por el Congreso de la República al Gabinete Bellido, con 73 votos a favor y 50 en contra, no debe ser interpretada como un triunfo en esta guerra fría que sigue su curso entre ambos poderes de Estado.
El Congreso dilata el tiempo de una muerte anunciada y prolonga una agonía de precariedad declarada. No gasta su bala de plata, guardándola para otra ocasión, una que realmente lo amerite. La Constitución del 93 tiene herramientas contundentes para defenderse de lo que atente contra su sostenibilidad. La interpelación y la censura pueden ajustar clavijas cuando el Congreso considere que el rumbo del gobierno atenta contra el sistema. Solo tiene que utilizarlo. La confianza otorgada debe ser vista como lo que es. Una señal de que nada está resuelto. La votación es de duda, y como esta disputa recién comienza, se trata de una duda a favor.
El Gobierno no tiene un pelo de tonto. Desapareció del discurso político la Asamblea Constituyente. Moderó discurso y toda apuesta programática que suene confrontacional. Pero subyace en ese fraseo vacío, vago y sin mayor contenido, sumergido entre generalidades de gestión pública sin trascendencia, un desconocimiento total de las reglas de juego que definen “mercado” y “generación de riqueza”. Quienes hoy nos gobiernan ven al Estado y a los privados como botines de guerra que deben asaltar. Al primero con programas asistenciales sin límite presupuestal ni condicionamiento a metas por resultados de los funcionarios y de la población objetivo beneficiaria. Al segundo con más tributos, como si los emprendedores solo fuéramos sujetos de impuestos y nada más. Ni socios estratégicos, ni innovación, ni tecnología, ni alianzas público-privadas, ni nada que se le parezca. Eso a nivel discursivo. Visión parasitaria dirían los filósofos de la modernidad.
En este enredo del tonto y el más tonto, donde ninguno es tonto, por cierto, pero sí muy torpes e ignorantes respecto al manejo de la cuestión pública, se debate uno de los momentos decisivos del país. Hoy más que nunca requerimos de mentes lúcidas, esas que abran mentes y ojos para ver más allá de nuestras fronteras, y recordar que el futuro desarrollo se encuentra mirando el interior del territorio nacional, pero en su conexión con el mundo global. No es posible pensar desarrollo nacional sin globalización, sin conexión con el mercado internacional.
En esta encrucijada está el camino. El reto de la oposición en este juego de poder está en su contundencia cuando deba tener mano firme para enmendar la plana del Ejecutivo. El cambio de Béjar por Maúrtua no lo requirió. Este juego de poderes recién comienza. Pierden tiempo quienes quieren ver el final al inicio de una partida que tendrá varias jugadas. Sabemos que no tendrá final feliz. Sabemos quién sería finalmente el derrotado. Pero si la desesperación no deja que los actores políticos, sociales y económicos hagan su trabajo, para que el desenlace sea el esperado, entonces corremos el riesgo de que los escenarios no buscados se multipliquen, sin dejarnos más opción que lamentarnos por nuestra incapacidad para consolidarnos como Estado-Nación.
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