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La confianza y la autonomía abonan el buen clima en la escuela

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Fecha Publicación: 19/04/2024 - 21:50
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¿Qué hago? Si reporto a la dirección, habrá consecuencias para el alumno, pero volverá a reinar el orden en su aula. ¿Qué sucederá con él? Si no informo, cabría la posibilidad de conectar con él, conocerlo y alentarlo para que cambie de actitud. Pero, ¿si no lo consigo…? La presión aumentará, el director intervendrá sin solicitar mi concurso…
Este es un pálido ejemplo de un dilema con los que puede toparse un maestro. ¿Tiene autonomía para decidir? Su misión trasciende la mera trasmisión de conocimientos, a menudo tiene que decidir entre alternativas que convengan al bien del alumno. La relación docente-alumno es la que determina el continente y el contenido de las decisiones a tomar. En dicha relación los actores tienen nombre propio, lo que implica: a) que un quién es el decisor y otro quién es el concernido. No es el sistema o el reglamento el que resuelve; b); conocer los motivos de una conducta: actitudinal o cognitiva, es tarea de primer orden; el propósito de la acción educativa es la formación y no la sanción. Un comportamiento es libre, su emisión no es consecuencia inexorable de leyes mecánicas: puede variar de un día para otro, incluso ante un mismo estímulo, de manera que, como puede ser de otro modo, su trato tiene que ajustarse concreta y específicamente a la situación presente, materia sobre la que tiene que enjuiciar el docente; y c) las percepciones, modos de ser y pensar del docente también matizan las decisiones.
En el ámbito de la relación con el alumno se inscribe la zona de autonomía del docente. La potestad de decidir no viene conferida explícitamente en la normativa escolar, es un atributo inherente a su mandato vocacional que se especifica en una acción cuya finalidad aspira a auxiliar al alumno en su crecimiento. Ante una conducta positiva o negativa, al docente le incumbe actuar. Primero, por la fuerza y contundencia de la proximidad; y, segundo, porque su intervención habla de interés por el alumno para escuchar, comprender razones y motivos, a partir de los cuales la rectificación o confirmación de una conducta se hace más amigable.
Cuando el docente –por ausencia de políticas de confianza– ante una conducta determinada opta por la inacción al no intervenir o decidir, teniendo la potestad de remover su causa, esa conducta permanece, crece y se expande afectando a los círculos concéntricos con los que se conecta. Una conducta se hace intemperante en tanto no se extingue en sus primeros brotes. El abandono de los profesores de su zona de autonomía, en cierto modo, confirma a ese alumno en su comportamiento con las sabidas consecuencias. El problema sube – a instancias superiores – calificado como una inconducta habitual: el diagnóstico no remite la causa. ¡Cuántos alumnos pierden oportunidades por el daño a su imagen gracias a la renuncia de los docentes a ejercer su autonomía; lo mismo se puede decir de los docentes por la omisión de sus jefes inmediatos! Y por el excesivo y desnortado control del Minedu a las escuelas.

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