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La Constitución no es la ley fundamenta
La Constitución del Estado no es la ley fundamental de la sociedad peruana, cuyo último medio siglo es la historia de la construcción social de la vida moderna. Seamos lógicos: la ley fundamental de nuestra sociedad civil, de nuestra interacción social y comercial, es el Código de Comercio, y no la Constitución política. Es que nuestro proceso social y político tiene un sentido exactamente al revés del que profesan los historicistas constitucionales de la izquierda, que coyunturalmente gobierna nuestro país. Es paradójico: Para comprendernos no voy a recurrir a la filosofía individualista, sino que, todo lo contrario, voy a intentar darle vuelta a Vladimir Ilich Uliánov, Lenin: Ocurre que, si bien la crisis política y social cumple el requerimiento leniniano de los “tres signos principales” de la “situación revolucionaria”, lo que se ha originado es una situación contrarrevolucionaria. Avoquémonos al concepto “situación revolucionaria”, con voluntad revisionista:
El líder bolchevique, en La bancarrota de la II Internacional, escrito entre mayo y junio de 1915, formula las leyes generales de la revolución política: “1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable; tal o cual crisis en las “alturas”, una crisis de la política de la clase dominante, abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no basta que “los de abajo no quieran” vivir como antes, sino que hace falta también que “los de arriba no puedan vivir” como hasta entonces. 2) Una agravación, superior a la habitual, de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas, que en tiempos “pacíficos” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por la situación de crisis en conjunto como por las “alturas” mismas, a una acción histórica independiente”. La categoría “situación revolucionaria” está legitimada metodológicamente, por la comparación política sincrónica e histórica, y constituye un antecedente de categorías propiamente politológicas como “cambio político”, “transición política”, entre otras. Este artículo encuentra su clave teórica en la lógica subyacente del concepto “situación revolucionaria”, pero al revés.
El Perú prerrevolucionario que minoritariamente eligió como vicepresidenta a Dina Boluarte es el mismo Perú contrarrevolucionario que, al cabo de año y medio de gobierno, mayoritariamente la quiere derrocar. En este artículo, parto de la imposibilidad de la revolución socialista en el Perú, y también me formulo algunas preguntas, aun a riesgo de parecer esencialista: ¿Entre nosotros, la política sigue siendo una capa sobrepuesta de la cultura? ¿Es posible que la política pueda revertir el proceso de individuación social? ¿La resistencia de la sociedad civil está desembocando en una contrarrevolución? Me respondo: El Perú contemporáneo sigue siendo un país profundamente histórico y cultural, al punto que, en mucho, aún subyace el siglo XVI. El cardenal Juan Luis Cipriani y, en el extremo, la tradición inaugurada por el Concilio de Trento, tienen más raíz social que el cardenal Pedro Ricardo Barreto y la teología de la liberación. Robert Dahl con su estupendo modelo de democracia en las sociedades plurales nos queda corto, pues tal vez somos el único caso en el cual la raíz histórica hasta casi el medioevo y la pluriculturalidad estarían salvando la democracia liberal. Segundo: El Perú vive un proceso propio de modernidad cuyo rasgo fundamental es la aparición de un sujeto, de un individuo, que resuelve su vida en la esfera de lo privado y que asume radicalmente valores como la libertad individual, la propiedad privada y el emprendimiento. Este proceso social es “el desborde”, “el otro sendero”, y aún se lleva a cabo al margen y hasta en contra del Estado.
La sociedad peruana experimenta unos cincuenta años de revolución capitalista que implica un proceso milagroso de individuación social, y unos cien años de situación prerrevolucionaria permanente, pero jamás ha tenido una situación revolucionaria ni constitucional. En verdad, lo que tenemos en estos días es una contrarrevolución en forma de protesta, y hasta de movimiento social. Pero, entre nosotros, la constitución del Estado ya no es la ley fundamental de la sociedad.