La convicción de un soldado
Tras la captura del mayor genocida de la historia del Perú, Abimael Guzmán Reynoso, en 1992, surgió una fracción que no aceptó firmar la paz, constituyendo el denominado grupo “Sendero Rojo” o “Proseguir”, que persistía en su afán por destruir al Estado. Se focalizaron en el departamento de Junín. Su líder, Óscar Ramírez Durand, alias “Feliciano”, se refugió en Vizcatán, pequeño poblado ubicado en Ayacucho, en el límite con Junín y Huancavelica, en el denominado Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), que ocupa 1855 centros poblados y 81 distritos en 5 departamentos, con 500 mil habitantes.
Luego de que el Ejército Peruano diera el certero golpe en 1999 con la captura de “Feliciano”, en la denominada Operación Cerco, los remanentes quedaron operando en esa región, aliados con bandas de narcotraficantes bajo el eufemismo de “guerra popular democrática agraria”, con la jefatura del terrorista Víctor Quispe Palomino. Debido a las difíciles condiciones del terreno, deficientes vías de comunicación y complicaciones meteorológicas, esta banda puede darse el lujo de practicar el ataque, derribo y asalto de los helicópteros de la Fuerza Armada, y así entorpecer su tarea como arma decisiva para movilizar, reemplazar y aprovisionar a las tropas. Del mismo modo, impide llevar atención sanitaria, retirar a heridos y muertos, ablandar espacios con bombardeos a objetivos estratégicos, apoyar patrullas, realizar tareas de reconocimiento, etc. Son comunes las emboscadas a las fuerzas del orden, dado el enmarañado terreno. Por algo, el general César Astudillo predicaba en 2016 que “Si queremos seguridad y tranquilidad en las calles de las ciudades del Perú, debemos solucionar el problema en el VRAEM”.
En estas condiciones se producen ataques contra las aeronaves, con el corolario de heridos y muertos entre los defensores de la patria. Hoy nos vamos a referir al caso ocurrido el 14 de septiembre de 2011, cuando un helicóptero MI-17 que daba soporte a una patrulla con efectivos militares fue alcanzado por 30 tiros de fusil Galil, lo que originó una explosión en la nave y la muerte de su comandante, el teniente coronel Esneider Vásquez Silva y el capitán Alberto Vidarte Campos. Uno de los heridos era el copiloto, capitán Jorge Matallana Abanto, quien, sobreponiéndose a los efectos del fuego enemigo, con balas que resonaban en la cabina, esquirlas incrustadas en su rostro y viendo a su jefe en agonía, tomó el control y realizó las maniobras que permitieron aterrizar en la margen izquierda del río Mantaro. Había salvado 17 vidas.
Su convicción de soldado y su valor quedaron grabados en la memoria de sus compañeros cuando, en situación crítica, demostró un coraje excepcional. A pesar de estar maltrecho, constatar que la nave tenía elementos neurálgicos afectados y enfrentarse a la dolorosa pérdida del comandante, con habilidad y determinación maniobró el helicóptero para esquivar el intenso fuego enemigo, poniendo su vida en peligro para salvar a los soldados que viajaban con él.
El Ejército condecoró con la Medalla Combatiente Mariscal Cáceres al capitán Matallana Abanto, al ingeniero de vuelo Orlando García Delgado, al mecánico en armamentos Triunfo Cruz Ramos y al suboficial Freddy Ramos Huamán. Muy merecido reconocimiento de la Nación a quienes no se rindieron y pusieron el pecho por su patria. Estos son los valores que debemos resaltar y que tienen mérito para ser reconocidos como paradigma de los peruanos.
Toca al Estado apoyar a nuestras Fuerzas Armadas con el equipamiento y medios necesarios para combatir las amenazas y riesgos actuales y del futuro. A los políticos, enfrentar con firmeza y decisión la lucha ideológica contra los enemigos de la democracia, cuya intención tanto ayer como hoy fue y es dinamitar al país.
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