La corrupción nos asfixia…
En toda guerra, los generales cuidan de mantener en alto la moral de sus tropas, es decir, convertir la causa del conflicto en un valor que cada soldado reconoce como algo digno de defender, aun a costa de su vida, porque involucra patria, familia, patrimonio, entre otros, motivando una activación de su inquebrantable voluntad para vencer poniendo en práctica todo lo aprendido en sus entrenamientos.
Como dijo un autor ya hace bastante tiempo: “en el probable conflicto entre la autoridad material y la autoridad moral, es esta última la que termina imponiéndose”, inclusive cuando las tiranías y cualquier totalitarismo imponen su fuerza material, es solo cuestión de tiempo para que la fuerza moral de un pueblo recobre su prevalencia, aunque a un costo muy alto.
En nuestra columna de la semana pasada, sostuvimos que ya era tiempo de que el Estado recupere una fuerza material disuasiva con fines de seguridad externa e interna y no para someter a la población a esas aventuras golpistas que tanto daño han causado a la nación. Al parecer, nuestros militares piensan de otra manera y se someten a la fuerza moral de la nación plasmada en la Constitución, de modo que podemos hablar de seguridad que fortalezca nuestra democracia.
Sin embargo, si las fuerzas democráticas en vez de fortalecer su autoridad moral la socavan, generando un gigantesco vacío ético, tendremos, como siempre, a algún grupo de aventureros que, arrogándose la condición de reserva moral del país, terminan haciéndose del poder político, infiltrándose en la mente colectiva a partir de la niñez con el sistema educativo o de las fuerzas de seguridad a partir de sus centros de adoctrinamiento y, cuando no logran el control del poder militar, simplemente lo reducen a su mínima expresión operativa.
Justamente el inmenso déficit moral que afecta al Perú está generando una corrupción generalizada en un país que ni tiene fuerza material ni, al parecer, fuerza moral, por cuyo motivo su trascendencia regional, continental y mundial es muy pequeña, quedando siempre a merced de otras fuerzas que, si lo requieren, nos convertirán no en cola de león, sino de ratón.
Según la Contraloría, hasta el 2016 la corrupción se había llevado 12,000 millones de soles y hasta el 2023, el hueco se había profundizado hasta los 23,000 millones de soles. Los controles no funcionan y cada día se incrementa, a niveles de escándalo, el nivel de afectación de los derechos fundamentales de la población.
Antes se culpaba al gobierno central por la ingobernabilidad y abandono del interior del país, pero ahora el porcentaje de corrupción está mitad por mitad entre el gobierno central con las regiones y gobiernos locales, es decir, la descentralización y desconcentración han incrementado fragmentadamente el número de ladrones públicos que impulsan con sus actos y condicionamientos el número de ladrones privados individuales o corporativos.
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