La crisis partidaria peruana
El declive de los partidos políticos peruanos arrancaría con la revolución socialista que encabezó Velasco. ¡De ello hace 53 años! El también llamado gobierno revolucionario de las FFAA engendó un ente de corte soviético-castrista para sustituir a los partidos y constituirlo, además, en el “partido único”. Al estilo de las naciones comunistas. Se le conocería como Sinamos (acrónimo -con significado muy propio del pensamiento rojo- de Sistema Nacional de Apoyo a la Movilizavión Social). Su meta, según el ucase que lo creó, fue “estimular la intervención del pueblo peruano, a través de organizaciones autónomas, en todas las tareas encaminadas a resolver los diversos problemas que afectan a los hombres y mujeres del Perú”. Vale decir, sustituir a los partidos políticos, a cuyos dirigentes el velasquismo calumnió, persiguió, encarceló y deportó con ánimo de disuadir al ciudadano a incursionar en partidos políticos, aparte de hacerlo a través del partido único.
Sin embargo, tras doce años de dictadura militar Belaunde Terry reabrió la democracia y los partidos reflorecieron. ¡Aunque mediatizados! Y, como ocurrió con la prensa –hoy circulan cincuenta diarios donde antes existían cuatro- aparecieron clanes familiares, amicales, gremiales, etc., bautizados como “partidos”, que pululan por todo el territorio presididos por caciques y figurines populares que se presentan como salvadores de la patria, mendigando votos a cambio de regalarles cachibaches o cerveza a despitados pobladores. Una desgracia para el país. Pues en cada elección vemos a una treintena de partidos postulando a sujetos amorales, intrínsecamente neófitos y sin oficio, como candidatos a la presidencia y al Congreso. Los resultados están a la vista. En estos primeros veinte años del milenio, salvo la gestión de García II, hemos sido gobernados por gente fundamentalmente empírica, corrompida, mendaz.
Otra cara de esta crisis partidaria es lo ocurrido en el otrora Partido Popular Cristiano PPC, hoy vil remedo de lo que fuera en tiempos de gente brillante como su fundador, Luis Bedoya Reyes, y la generación de notables que congregara. Porque con Fujimori, en su demencial afán por controlarlo todo, vino el segundo declive partidario. Ahora el PPC, dirigido por mediocres, transita por la humillación de someterse a un partido sin nombres ni apellidos con solera ética y política, marcado por ese cacicazgo que tantos malos ratos le da a la patria. “Personalmente hubiera preferido perder honrosamente la inscripción del partido, a exponerlo a papelones”, manifiesta con pundonor Javier Bedoya Denegri, nieto del insigne Tucán.
Apostilla. Tirando la piedra -pero escondiendo la mano-, El Comercio volvió a mostrar su cobardía desdiciéndose en su nota editorial de la “primicia” que publicó la víspera en portada, imputando al todavía presidente Vizcarra. “Hay que acopiar más pruebas, antes de acusarle por recibir de la constructora Obrainsa un millón de soles en calidad de soborno” publicaba antier, retractándose plañideramente ese venido a menos diario de La Rifa. Con actitud tan cínica como medrosa, este medio hace tiempo se ha autodescalificado para señalar a terceros con dedo acusador. Porque además de su falta de entereza, en sus entrañas esconde un universo de trampas delincuenciales.