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La cultura del bienestar en los colegios

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Fecha Publicación: 16/05/2025 - 21:50
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El bienestar como meta a conseguir ha empezado a formar parte de las numerosas preocupaciones de las escuelas. ¡Una más sobre sus espaldas!
Sin embargo, una cuestión no menor es definir qué, o qué tipo de bienestar se desea procurar. De su respuesta dependerán las políticas, estrategias y procedimientos a implementar para su concreción corporativa.
Bienestar es una palabra que debe acotarse cuidadosamente para evitar buscarla exclusivamente desde la perspectiva de quien la gestiona. En este sentido, no pocos gobiernos europeos –desde larga data– han apostado por el Estado de bienestar. Aquellos establecen el qué y el cómo, pero es el ciudadano quien debe sufragar con sus impuestos “el bienestar recibido”. ¡Pago, pero no decido!
En la otra orilla, está el mercado, que ofrece una variedad de bienes y servicios que enlazan su adquisición con la autorrealización en la medida en que “ingresa” al grupo de consumidores que quiere destacar por estar a la moda. En este caso, ¡pago, decido, pero a costa de trocar mi identidad!
En la escuela, el bienestar se instala o se incorpora en su cultura, que permea su estructura organizativa, la vida escolar cotidiana y las relaciones personales y sociales de todos sus integrantes. A su vez, el bienestar que se pretende tiene una particularidad especificada en el mismo propósito de la escuela: enseñar, educar y formar.
En una primera acepción, el diccionario de la lengua española define bienestar como: “conjunto de las cosas necesarias para vivir bien”. Si en vez de “vivir” se pone “educar”, el bienestar cambia de propósito, pues toma en cuenta que un niño, desde que ingresa al colegio hasta que egresa, está continuamente creciendo: en edad, en tamaño, en fuerza, en capacidades, en habilidades, etc. Ese crecimiento se despliega al compás de los periodos evolutivos.
Un segundo matiz notifica que el camino hacia la madurez no es muelle, es más bien áspero, precisamente porque la inmadurez privilegia las decisiones al corto plazo y en función del ritmo y las pulsiones. Por eso, desde fuera, el docente interviene para enseñar a postergar, a pechar las consecuencias de una elección tomada, a trabajar y corregir. El proceso hacia la adultez reclama del gobierno de terceros para que la inmadurez deje espacio a la madurez. Dimitir de esa cálida pero constante dirección para evitar el “malestar” al corregir, indicar, sancionar… al niño o joven es renunciar a lo esencial de la educación.
Por tanto, el bienestar en una escuela pasa por configurar una comunidad de docentes articulada por su ideario. Concebir a la escuela, toda ella, como una gran situación de aprendizaje, lo que permite ofrecer más espacios de crecimiento personal y escolar. El estilo de gobierno debe evitar la cultura del reemplazo y privilegiar la confianza: del director a los docentes y del docente al alumno. Promover espacios en los que los alumnos puedan participar, comunicar sus talentos, tomar decisiones y plasmar sus ideales. Procurar que un alumno –en las señales que emite la escuela– lea que su presencia importa.
¡Qué bueno que estés con nosotros en el aula!

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