La decadencia de los Estados
En un reciente conversatorio sobre actualidad constitucional, surgió una inquietante pregunta: ¿Qué provoca la decadencia de los Estados? En principio, podemos entender por ‘decadencia’ del Estado la drástica pérdida de su influencia internacional, la incapacidad de cumplir sus obligaciones básicas para con sus ciudadanos, la grave disminución de sus ingresos económicos y la imposibilidad de cumplir compromisos. Puede ser consecuencia de una guerra, como en Austria; del vacío ideológico, como la República Democrática Alemana; o el vacío de poder, como Libia.
El concepto de Estado se afirma en la Edad Media, con el pago de tributos a cambio de protección para ejercer actividades económicas, la obediencia del ciudadano a una autoridad que impone orden público y un determinado sistema jurídico, dentro de un territorio en el que se ejerce soberanía. El Estado puede agrupar a varias naciones, en tanto todas ellas consideren que satisfacen sus propios objetivos comunitarios. Un Estado poderoso como el imperio español del siglo XVI, puede transformarse en una comunidad política subdesarrollada a finales del siglo XIX, fundamentalmente por los sucesivos errores de su clase política. Mientras que un Estado potente como el de Felipe II puede decantarse hasta encontrar al presidente del gobierno en el año 2020 entregando competencias estatales esenciales a las agrupaciones radicalmente separatistas, catalanas y vascas, cuya obsesión es independizarse de España. Si la endogamia de los Borbones produjo a un Fernando VII, el actual sistema de partidos ha entregado el poder al socialista Pedro Sánchez, quien se ha rodeado de comunistas y separatistas con el fin de tener los escaños suficientes para formar gobierno.
A principios de los 90 parecía inevitable que Chile alcanzara el desarrollo, pero en lugar de persistir en el modelo y, simplemente perfeccionarlo para permitir que la riqueza beneficie a todos y crezca la dinámica social, los sucesivos gobiernos socialistas frenaron las políticas que favorecían el crecimiento y nuestro vecino se encuentra hoy, a pesar del azul de sus cuentas, en un caos social que se expresa en violencia irrefrenable en sus calles entregadas al dominio de los extremistas. Es un momento sumamente delicado, pues se parece demasiado al vacío de poder de 1973, y se comienzan a escuchar voces en las Fuerzas Armadas reclamando orden a una élite política amedrentada y acomplejada.
Cuando élites y ciudadanos coinciden en los objetivos, se logra alcanzar el desarrollo como en Australia o Corea de Sur; pero cuando prevalece el miedo, se pierde el rumbo y el Estado queda debilitado, en manos de sus enemigos.