La decadente autoridad política peruana
El Perú –el mundo entero, más bien- ya no volverá a ser lo que fue en tiempos no tan lejanos. Retrotraigámonos algunas décadas. Entonces el Estado era administrado por políticos preparados, gente lista, ciudadanos cultos, llenos de conocimiento y respeto por el buen funcionamiento de la Administración Pública; hábiles en los requisitos que demanda conocer las expectativas de la gente; interesados y adiestrados para el difícil arte de hacer política: medir probabilidades, estudiar alternativas y poseer la suficiente imaginación como para persuadir inclusive al más acérrimo opositor, para alcanzar no sólo transacciones sino hasta para formalizar alianzas. En síntesis, hablamos de unos personajes con la cabeza bien ensamblada, diestros en ejercer autoridad con criterio de estadista. Auténticos íconos de la Política con mayúscula que, lamentablemente, no tienen parangón en estos tiempos. Ni el presidente Biden le llega al tobillo a sus pares Roosevelt, Kennedy o Reagan; ni al primer ministro Johnson puede comparársele con sus émulos Churchill o Macmillan; ni el presidente Macron sería contrastable con De Gaulle o Mitterrand.
Desafortunadamente, en nuestro caso el rango de distancias es aún mucho más grande. Por ejemplo, ya equiparar a Castillo con Humala colocaría al ex comandante Ollanta a niveles de Einstein. Y si luego contrastásemos a Humala con Bustamante y Rivero, Belaunde Terry o Alan García, pues el hoy procesado ex militar ni aparecería en la escena. Lo mismo pasa si medimos los coeficientes de inteligencia de los congresistas, ministros y altos funcionarios de ahora con los de décadas atrás. El problema peruano es que, año a año, esta tara se multiplica al infinito entre las personas que se lanzan a la política sin calcular que, de llegar a ejercer funciones públicas, su medianía le generará perjuicios a la sociedad.
No se trata de medir aptitudes entre políticos de derecha o izquierda. ¡La decadencia es horizontal! Solamente contrastemos el deterioro cualitativo que han sufrido quienes en estos tiempos incursionaron en política y ejercieron o ejercen cargos como jefes de gobierno, o congresistas, ministros, fiscales, alcaldes, gobernadores, burócratas, etc.; y quienes fueron sus símiles años o décadas atrás. Esta degradación, por cierto, se ha extendido a todas las naciones del planeta y a todos los estratos sociales: del Papa hasta vendedores de baratijas. Aunque, para ser sinceros, en ninguno de los casos es cuantificable un contraste tan desproporcionado como el que muestra la comparación en el caso peruano. Conclusión: la crisis cultural que ha sufrido nuestra clase política es la génesis de que la sociedad peruana haya involucionado a los niveles africanos que exhibimos como etnia cultural. Porque, desgraciadamente, durante las últimas décadas no nos han gobernado estadistas sino primates. Y eso trae consecuencias.
Apostilla. Mucho se alaba al “centro político” como punto de partida de un gobernante exitoso. Falso. “Centro” es un concepto abstracto entre dos extremos. Y como todo en esta vida, los extremos son peligrosos. Lo indispensable es tener suficiente seso como para alejarse de ambas orillas. Aunque para discernir necesitaríamos ese ingrediente primordial que ha perdido el peruano: el sentido común.
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