La delincuencia ha ganado en el Perú
Nadie pone coto a la ola de asesinatos, asaltos, robos, secuestros, extorsiones, etc., en diversas partes de Lima y del Perú, que en el mundo miran absortos.
Esta semana que pasó, dos hermanos, adultos mayores, fueron ultimados a balazos cuando se trasladaban en su camioneta por las calles de Trujillo, y una mujer fue asesinada, a pocos metros de su casa, en la Av.
Los Constructores en La Molina, aquí en Lima. Podría referir muchísimos más, pero expongo los más visibles en el país en los últimos días. Lo más grave de toda esta tragedia nacional es la normalización de la inseguridad ciudadana, es decir, se producen asesinatos y otros delitos, conmocionan a la opinión pública por 24 horas, y luego, la vida continúa con su dramático y miserable decurso.
Ninguna autoridad, sea del gobierno central o de los gobiernos subnacionales (regional o municipal), ha sido capaz de encontrar la fórmula para solucionar este flagelo ciudadano. Entretenidos en las imperdonables pugnas por el poder, es absolutamente condenable que el ministerio del Interior siga visibilizando el drama de su deterioro como cartera encargada ad hoc precisamente de dictar las medidas políticas para la acción policial contra la delincuencia, a lo largo y ancho del país. Estamos realmente muy mal y en cualquier momento vamos a terminar peor que en Ecuador.
Sin xenofobias de ninguna clase pues siempre las rechazaremos, nadie podría negar que producida la llegada al país de casi 2 millones de venezolanos y de extranjeros de otras nacionalidades en los últimos años, la referida delincuencia se ha incrementado hasta las nubes, siendo un innegable factor contributivo para la alteración de la tranquilidad nacional, pues solo basta referir las bandas criminales organizadas que operan en las principales ciudades del país como también en las zonas de fronteras, para confirmarlo.
La incapacidad política, estratégica, táctica, logística, material, etc., etc., para neutralizar y erradicar la delincuencia es una realidad incuestionable e ineludible. Me preocupa que pudiera producirse un desborde popular ante tanta inoperancia de quienes tienen en sus manos las decisiones sobre seguridad ciudadana en los anillos nacional y subnacional del país. Me preocupa, además, que la mayoría de nuestras autoridades sigan pensando en sus intereses personales, que es lo mismo que en sus proyectos y en su agenda, dominados por el egoísmo y la indiferencia, lo que se traduce en no hacer nada, y más bien concentrados en soltar todas sus energías e imaginación hasta para garantizar con uñas y dientes, llegar a cualquier precio, al 2026.
Cuando se produzca la fase explosiva que temo y que veo indetenible de volverse inexorable, a juzgar por las circunstancias de absoluta inseguridad urbana y rural, será, entonces, muy tarde para los operadores convencionales de la seguridad interna del país (policía nacional, serenazgo, etc.), lograr la eficacia de su toma de decisiones, quedando agónicamente como si fuera una verdadera plancha quemada.
Todo este desgraciado escenario que veo en mi país a estas alturas de nuestra compleja vida nacional llena de fracturas y complejidades, que tampoco nuestras autoridades se han preocupado en sanar, ya ha creado las condiciones para que los anarquistas, radicales y extremistas ganen montañas de adictos entre una población totalmente harta de timoratos y mediocres, ostensiblemente desilusionada y comprimidamente resentida con aquellos a los que les dieron poder y fueron un completo fracaso en el cumplimiento del mandato ciudadano.
Realístamente y como hombre de Estado, estoy acusando de alta cobardía, a la inmensa mayoría de quienes tienen el poder político en sus manos para salir del infierno en que nos hallamos y no han hecho nada, muriéndose de miedo para implantar la pena de muerte en el Perú. Si yo tuviera el poder que no tengo, lo haría.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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