La delincuencia marca la agenda…
Tanto se cuestiona la necesidad de repotenciar a nuestras Fuerzas Armadas para que nuestros soldados siempre se hallen a la vanguardia del avance tecnológico, tanto en armamento como en doctrina militar y capacidades operativas, con el único argumento de que no existe ningún riesgo de conflicto armado externo, olvidando que nuestra historia está plagada de agresiones externas no esperadas debido al exceso de confianza, porque no se veía riesgo alguno. Perdimos las guerras y mucha gente de valor que, por dignidad, peleaba con lo que había, y lo que había no servía de casi nada.
Hemos venido debilitando a nuestras fuerzas de seguridad con esa cantaleta, y cuando se produjo la arremetida terrorista les endilgamos la tarea de ir a pelear por nosotros contra un enemigo absolutamente desconocido y sin mayor armamento ni adecuadas estrategias, para luego perseguirlos hasta su probable muerte en las cárceles. Nadie quiere percatarse de que el mismo proceso autodestructivo se ha venido llevando a cabo con nuestra Policía Nacional, con incremento de efectivos, pero sin armamento ni material de represión idóneo para combatir el desorden y el crimen.
Luego de la caída de Abimael Guzmán, en vez de potenciar la Dircote y los aparatos de inteligencia, todos los gobiernos miraron de reojo a la estructura policial, descuidando la moral institucional, el equipamiento de comisarías, la constitución integral de sus equipos tácticos, casi destruyendo sus sistemas de inteligencia y contrainteligencia, mandando al retiro a decenas de coroneles y generales incómodos a los regímenes de turno y eliminando la palabra tecnología de la organización policial. ¡Claro! Como nadie pensaba que podíamos enfrentar una criminalidad más agresiva y complejamente organizada, pero con mayores recursos y técnicas que nuestra policía, todos creyeron que no era necesario invertir en seguridad porque había otras prioridades, es decir, la misma idiotez de siempre.
Ahora que los delincuentes tienen organizaciones con vínculos internacionales y pueden movilizar a su ejército de sicarios contra cualquier ciudadano, generar sus ganancias haciéndose socios obligados de pequeños y medianos emprendedores, controlando amplias zonas urbanas y también rurales, casi paralizando el transporte público, y la muerte ronda por todos lados con una estadística diaria de espanto, ¡ahora sí! Todo el mundo reacciona a la grita frente a esta especie de mutación terrorista cuya derrota no se dará en el corto plazo, sino que debemos reconstruir lo que nos sirvió para vencer a partir del mediano plazo.
Sin embargo, la guerra política, sin escrúpulo alguno, comienza a desestabilizar el país utilizando como caballo de batalla el accionar delincuencial, al que no vieron venir y, por ende, destrozaron nuestro principal aparato de seguridad, llegando al colmo de enviar a la cárcel a policías que se enfrentan y eliminan delincuentes. ¿Cómo quiere nuestra sociedad que alguien la defienda cuando luego permite que destruyan a sus defensores?
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