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La democracia que no practicamos

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Fecha Publicación: 18/12/2023 - 22:10
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Friedrich Hayek inició una auténtica revolución del pensamiento económico, sustentado en la libertad, con la afirmación de que cualquier problema sociológico o económico, por complejo que fuese, podía ser solucionado remitiéndolo al grupo social más pequeño: la familia. Así, es más fácil explicar conceptos como el déficit comercial o la inflación. Muchas veces los fenómenos son más sencillos de lo que parecen y, al complicarlos innecesariamente, nos alejamos de su comprensión. Eso sucede con nuestra aparente incapacidad para vivir en democracia a pesar de haber superado los dos siglos de existencia republicana.

La familia suele restringir la democracia, pues los padres asumen la responsabilidad de sus decisiones mientras que los hijos menores obedecen, conscientes que su falta de experiencia no les permite participar activamente en los procesos de decisión que comprometen el patrimonio y el futuro de su grupo social. Eso cambia progresivamente cuando los hijos aportan económicamente, transformándose la familia en un circuito abierto a distintas perspectivas; la verdadera fortaleza de ese grupo social es su fuerte sentido de autopertenencia, basado en una identidad común respecto del pasado y en sólidos vínculos en relación al futuro. En un país como el nuestro, donde no existe una firme identidad nacional por el histórico error de tratar de afianzarla sobre el imperio quechua de apenas 90 años de duración, en lugar de construirla sobre el virreinato, verdadero crisol de nuestra peruanidad profundamente mestiza, no hemos generado un sentido de autopertenencia importante, como el que sí se logró en los Estados Unidos a pesar de las notorias diferencias culturales y económicas entre las excolonias que lo componen.

Esa carencia afecta el proceso de evolución de la democracia en nuestra sociedad. La ideología democrática, cimiento del sistema del mismo nombre, parte de valores desconocidos, como la tolerancia al adversario y la voluntad de construir consensos sobre los cuales gobernar con estabilidad, predictibilidad y visión compartida del futuro. La democracia no se alcanza automáticamente cuando se aprueba una Constitución o entra en vigencia formal una nueva, como en 1933 o en 1980; la democracia se experimenta y aprende durante varias generaciones, con sucesivas élites políticas que respetan lo avanzado, los acuerdos fundamentales concretados, para continuar y perfeccionar el modelo político constitucionalmente declarado. No somos como Estados Unidos, entre otras razones, porque en lugar de haber crecido con rivalidades constructivas como la de Adams y Jefferson, las tuvimos destructivas con La Mar y Bolívar, Gamarra y Santa Cruz, o Cáceres y Piérola; todas ellas caracterizadas por destruir lo avanzado por el rival y rechazar cualquier posible consenso, con testaruda y mortal aprehensión.

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