La desconcertante realidad latinoamericana
El viernes pasado, Argentina, Costa Rica, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, Panamá, Uruguay, Perú, República Dominicana y Uruguay rechazaron la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela de “convalidar” los resultados del ente electoral venezolano, después de que este prohibiera el ingreso a los voceros de la oposición para verificar el conteo de votos, aparte de negarse a adjuntar/presentar las correspondientes actas oficiales, presuntamente contabilizadas.
Con sentido democrático –temperamento que debiera regir en toda la región, en vez de la endémica versión chabacana, pletórica de un nacionalismo decimonónico que asfixia a toda Latinoamérica–, el mandatario Gabriel Boric consiguió que Chile supere a sus pares latinoamericanos denunciando que aquella sentencia “estará signada por la infamia”. Agregó: “No hay duda de que estamos frente a una dictadura que falsea elecciones, reprime al que piensa distinto y es indiferente ante el exilio más grande del mundo, solo comparable con el de Siria, producto de una guerra”.
Existe una maldición que embarga a nuestra región. Muchos destacados políticos –entre esos pocos que llegan a la presidencia– persistentemente adolecen de buena formación sociopolítica, ideológica y demográfica, ligada al conocimiento de ciencias sociales afines a criterios micro/macroeconómicos. ¡Bastaría eliminar esa maldición para conducir esta región al sitial que le corresponde, consciente de que cobija, precisamente, a la primera potencia planetaria! ¡Pero no nos atrevemos a hacerlo!
Suficientes siglos han pasado para que nuestras poblaciones comprendan que la mayor parte de los países donde nacieron han sido –o siguen siendo– gobernados infamemente por dirigencias políticas venales, incluso ágrafas (caso Perú). La razón: el complejo de inferioridad, sumado al odio de clases; y la envidia acompañada de pereza, unida al facilismo, son dogmas de fe para el latinoamericano. ¡Consecuentemente, el orden crea el rechazo de todo habitante informal! Y esto, sumado al deporte popular del irrespeto por las leyes –unido al escaso rigor en los actos de vida, y a la indisciplina para cumplir metas, etc.– genera tal vacío que destruye las actividades y el desarrollo en estas naciones. Hablamos de credos presentes en gran parte de los países latinoamericanos. Con el agregado de que, en el Perú, la informalidad constituye el evangelio para la mayoría de sus habitantes.
Venezuela es paradigma del desastre latinoamericano. La acompaña su mentora, Cuba, radiografía del estrepitoso fracaso comunista tras seis décadas y media del forzado ensayo marxista, que acabó generando la muerte de decenas (acaso cientos) de miles de cubanos; y la supervivencia de apenas diez millones de habitantes que pululan en la miseria, desprovistos de libertad, iniciativa, trabajo y bienestar.
Paralelamente, envuelto en sus contratiempos desde fines del siglo pasado, Estados Unidos abandonó Latinoamérica, prescindiendo del expansionismo asiático que se asienta –aceleradamente– en esta región; y soslayando que, a mediano/largo plazo, una inconveniente vecindad trae graves problemas.
¡Lo que suceda en Venezuela pudiese determinar que Latinoamérica continúe o acabe con su nociva simpatía comunista! ¡O el comunismo se apropia de la región, o nos transformamos en subcontinente exitoso, aprovechando aquellas extraordinarias fortalezas que nos conceden la naturaleza y nuestro continente! Mucho dependerá de EE. UU.
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