La despreciable derecha celestina
Nuestra sociedad, siempre sumisa al mandón, zalamera con el poder, traidora a sus orígenes y descastada hasta no más, recibirá el castigo que merece de salir electo el hombrecito del sombrerote y el lapicito. El acomodo es la regla de oro de las llamadas “clase acomodada”, “clases A y B” o simplemente “los blanquitos”. Se cuentan con los dedos de una mano quienes exhiben dignidad, coraje y valor, perteneciendo al sector de ciudadanos favorecidos por la vida. Desde herencias, esfuerzo propio, suerte o lo que fuere. No incluimos, desde luego, a quienes se beneficiaron con fondos públicos robados a la sociedad peruana. Únicamente a quienes tienen un buen pasar, gracias a las razones válidas que hemos acotado.
“¡No exageres. Nada va a pasar! Castillo es un inculto que ha llegado adonde está sin siquiera saber que es un presupuesto; cómo funciona la micro y la macroeconomía; ni mucho menos cómo gobernar una nación. Además dice que no convocará a asamblea constituyente; que tampoco piensa cogobernar con Cerrón y los terroristas; que le ha pedido a Velarde quedarse en el BCR; que él nunca ha sido comunista; y que tampoco va a confiscar las empresas, las propiedades, etc.”. Palabras más, palabras menos, es el comentario que diariamente recibimos quienes todavía opinamos con realismo, con independencia y sentido común, sobre lo que vemos que pasa cada minuto, hora, día, semana, mes y año en esta agobiante selva que generosamente le llamamos Perú.
La explicación es sencillísima. Siempre habrá una claque de celestinos dispuesta a ponerse de rodillas ante el todopoderoso de turno, con tal de que se le deje mantener lo que sea de su patrimonio a costa de fulminar su honorabilidad, familia y obviamente su vida. Porque al final del día, las satrapías desprecian más al sometido y al traidor que a quienes le cantan las verdades sin temores.
El caso peruano es doblemente patético. En primer término, porque muchas semanas antes de que el JNE se decida a proclamar ganador al hombrecito del sombrerote y el lapicito, la legión de alcahuetes ya se había acercado a él para expresarle su voluntad y hasta su ferviente aspiración de servirle en lo que fuere “para que su gestión tenga éxito”. Del gran empresariado hasta la clase media educada en el exterior, se pasean implorándole alguna cita a los guachimanes que rodean al hombrecito del sombrerote y el lapicito, enfatizándoles que no comulgan con las barbaridades que grita “esa ultraderecha nazista”, como despectivamente califican a quienes piensan como ellos pero carecen de su inteligencia para callar y ser condescendientes con el presidente electo, como sentencian. Castillo, amable lector, es el “justiciero” que se apresta a acabar de un zarpazo con un “sistema” que no ha funcionado, solamente porque una legión de miserables lo corrompió para beneficiarse bajo cuerda robándole billones de dólares al Perú. Aunque como señalamos líneas arriba, el caso peruano es doblemente patético. Porque los venezolanos que vivieron este drama tuvieron la decencia de alertarnos. Sin embargo, la alcahuetería peruana prefirió ignorarlos.
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