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La emergencia silenciosa que arrastra a nuestros jóvenes

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Fecha Publicación: 25/08/2025 - 23:01
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La Comisión de Psiquiatría de The Lancet es tajante: la salud mental juvenil entró en una fase peligrosa tras dos décadas de deterioro, acelerado por la pandemia y sus secuelas. No es una moda ni un tema “blando”; es la mayor amenaza sanitaria y social para el futuro del Perú.
Aquí el golpe es doble. Como recuerda el psiquiatra Yuri Cutipé, los más vulnerables —jóvenes y mujeres— cargan hoy con incertidumbre, pérdidas y un bombardeo digital que vende un bienestar inexistente. Las redes sociales, con su lenguaje propio y su estímulo incesante, premian la comparación y el ruido; desinforman, erosionan la autoestima y disparan la ansiedad. Los datos del Consorcio de Universidades son alarmantes: 30 % de los jóvenes presenta ansiedad y 13 % ha intentado suicidarse, cifra que saltó desde el 8 % en 2021. A ello se suma el rebrote de depresión y ataques de pánico en el periodo pospandemia. La evidencia clínica sugiere, además, secuelas emocionales persistentes tras la COVID-19 que aún se investigan.
No podemos resignarnos. La primera línea de protección está en casa: “el factor decisivo es la salud mental de los padres y cuidadores”, subraya Cutipé. Ser padre no es ser “amigo”; es ofrecer confianza que norma, protege y, con el tiempo, emancipa. Pero las familias necesitan Estado: orientación, redes de apoyo y servicios accesibles.
Urge una política nacional con seis frentes claros:
Cobertura real de atención: más Centros de Salud Mental Comunitaria, turnos vespertinos y fines de semana, unidades de crisis 24/7 y una línea nacional única que funcione. Tamizaje obligatorio en colegios, institutos y universidades; psicólogos escolares con carga manejable y derivación rápida.
Escuela para familias: programas permanentes de crianza y salud mental parental en colegios y municipios. Sin adultos estables, no hay jóvenes estables.
Aula que cuida: educación socioemocional evaluable, protocolos contra acoso y ciberacoso, y articulación con tutores y CEM. Lo emocional no es “extra”; es condición del aprendizaje.
Entorno digital responsable: alfabetización mediática desde primaria y reglas mínimas para plataformas: verificación de edad, límites a contenido autolesivo y a la publicidad tóxica dirigida a menores, transparencia algorítmica. No es censura; es salud pública.
Vida fuera de la pantalla: becas para deporte, cultura y ciencia, y programas de primer empleo con soporte psicosocial. Pertenencia y proyecto de vida son antídotos probados.
Conocimiento y presupuesto: observatorio nacional de salud mental juvenil, metas verificables y financiamiento plurianual. Lo que no se mide ni se paga, no existe.
Philip Larkin escribió que los padres “transmiten” sus heridas. También pueden transmitir fortaleza si el Estado deja de mirar a otro lado. Cada intento de suicidio, cada ansiedad desbordada, es un fracaso colectivo. Nuestros jóvenes no necesitan sermones ni likes; necesitan adultos confiables, escuelas que cuiden y un sistema que responda.
El Perú ya fue epicentro de la pandemia. No permitamos que sea epicentro de la desesperanza. Hagamos de la salud mental juvenil una política de Estado hoy, no cuando las cifras sean estadísticas de duelo.

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