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La esclavitud moderna en el Perú

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Fecha Publicación: 02/10/2025 - 22:00
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Una vez más, los medios informan sobre el ataque de sicarios contra un transportista. Este hecho no solo confirma un nuevo asesinato, sino también la abierta transgresión de la ley, la vulneración de derechos fundamentales y el alarmante empoderamiento de la violencia y la extorsión.
En el Perú, miles de familias viven bajo una forma de esclavitud moderna: la extorsión. Al igual que los esclavos de antaño, ya no son dueños de su propio esfuerzo; deben entregar parte de lo que ganan para poder trabajar, proteger a sus hijos o, simplemente, seguir vivos. Pagar no es una solución: es sometimiento. Cada moneda entregada fortalece a las bandas y debilita a quienes producen con honestidad. Así, el miedo reemplaza a la libertad, y el trabajo deja de ser camino de progreso para convertirse en una cadena invisible.
Romper este círculo exige valor colectivo. Mientras las víctimas sigan pagando, seguirán siendo esclavas y contribuirán al crecimiento de estas mafias. La esclavitud era una relación de sometimiento en la que una persona perdía su libertad y estaba obligada a trabajar o pagar tributo bajo amenaza de violencia. El esclavo no tenía control sobre su vida, ni derechos, y estaba sometido al poder arbitrario de otro.
Hoy, la extorsión en el Perú se asemeja peligrosamente a esa situación. Las víctimas son comerciantes, transportistas, emprendedores y hasta familias que deben entregar dinero para evitar agresiones. Están controladas por el miedo: se vulneran sus derechos a la libertad, al trabajo, a la seguridad, a la salud y a la vida. No pueden actuar libremente; cada decisión está marcada por el temor. Así como el esclavo dependía de su amo, el extorsionado depende de la “autorización” de una banda criminal para continuar con su actividad.
Ambos casos comparten elementos: sometimiento, amenazas, castigos y apropiación del fruto del trabajo. La diferencia es que la esclavitud histórica estaba legalizada; la extorsión es un delito. Sin embargo, el efecto psicológico y social es similar. El esclavo estaba completamente sometido; el extorsionado aún conserva algo de autonomía, pero vive bajo coacción económica.
Nos cuesta aceptar que la extorsión pueda considerarse una forma moderna de esclavitud. Las personas trabajan para sus familias, pero también para sus victimarios. La “cuota” se convierte en un tributo forzado que reemplaza al látigo. Se pierde la libertad de emprender, y la vida misma queda bajo amenaza constante.
Cada sol entregado empodera a los criminales, les da recursos para armarse y seguir sometiendo a más peruanos. El Perú necesita un liderazgo que rompa estas cadenas. Pero también necesita ciudadanos conscientes de que, si siguen pagando, nunca serán libres.
Romper el círculo del miedo es la única salida. El extorsionador amenaza y somete. El extorsionado es víctima, pero si acepta y calla, sin denunciar, contribuye al crecimiento de este sistema perverso. No se trata de culpar, sino de asumir una responsabilidad colectiva.
La extorsión no es protección. Es renunciar a la libertad.

Por David García Rodríguez

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