La escuela ausente
Para Juan, un niño de apenas diez años, el próximo lunes será un día como cualquiera. Se levantará muy temprano, apenas tendrá tiempo para simular tomar su desayuno y llevar los paquetes para dar alcance a su hermana mayor que ya está en su puesto de venta ambulatoria frente a una de las estaciones del Metro de Lima. Para él, la escuela es ese lugar ajeno, ese que apenas visitó un par de años y que se vio obligado a abandonar, porque su mamá enfermó de covid y, por sus secuelas, sigue postrada en su casa; de su padre no tiene ni el menor recuerdo, y en esta historia dedicarle unas líneas no tiene el menor sentido.
Juan verá, con mucha nostalgia, pasar a muchos niños como él camino a la escuela. Su mirada divisará apenas la sombra de las tardes bajo el intenso sol donde el recreo, el juego, y los amigos son apenas fugaces recuerdos e inalcanzables sueños porque para él, a pesar de que ya lleva muchas horas trabajando, el día apenas empieza. Y llegado el final de la jornada debe atender a mamá, es como esa oportunidad que tienen pocos de acceder a un segundo turno en el trabajo. Lo hace con gusto. Sin saberlo, actúa como todo un enfermero, quizá como un médico y a veces como el propio mensajero de Dios, porque no se sabe cómo logra calmar el sufrimiento de su madre.
Qué pesar que la escuela esté lejana y ausente para él y para su hermana, son apenas dos de cientos de miles que tampoco irán a la escuela. En este país, esta estadística se encarpeta hasta las siguientes elecciones; en este país esta situación se tapa con un comercial de otros niños que van felices a la escuela; en este país los responsables de tamaña situación duermen felices; en este país y en cualquier parte del planeta “La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”, como dijo Albert Einstein.
El próximo inicio del año escolar la escuela seguirá ausente para muchos niños. Para Juan, quien tiene la experiencia de muchos adultos, la vida seguirá teniendo sentido, felizmente llena de esperanza, porque cada vez que sale de casa lleva entre sus manos y en su corazón la bendición de su madre y cada vez que retorna a su hogar su madre lo recibe con un levísimo movimiento de sus manos y en ella, él lo entiende así, está el mundo pintado de alegría y esa es su gran escuela.
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