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La eterna fragmentación del país

Fecha Publicación: 15/01/2020 - 22:10
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Mientras no tengamos el coraje para construir, consolidar y respetar la institucionalidad constitucional en democracia frente a cualquier estímulo sea cual fuere la naturaleza de éste, nuestro futuro como país se perderá en la mediocridad de seguir siendo menos que segundones en todo, cediendo liderazgos a cualquier otro país vecino o no vecino que se respete como tal y cuyas instituciones sean capaces de desarrollar una coherente política de Estado y no la voluntad de cualquier aventurero que llegue al poder.

Siempre hemos estado enfrentados entre peruanos por odios y resentimientos de coyuntura, pero que convertían en irreconciliables las posiciones así enfrentadas, como si se tratara de un hecho generado por causas estructurales para que marque de manera tan enfermiza el rumbo de la vida nacional.

La historia nos ha sido mal contada. El Perú no ha sido el imperio Inca, sino que este constituyó la hegemonía quechua sobre todas las demás culturas asentadas en el territorio que hoy es el Perú, a las que sometió a sangre y fuego; cuyos líderes, para liberarse del yugo quechua, no dudaron en forjar alianza con las fuerzas de conquista de Francisco Pizarro, lo cual era algo lógico, no obstante lo cual en los cursos de historia se nos enseñó a despreciar a estos pueblos cuyos descendientes son parte de la nación peruana, siendo este uno de los precedentes más notorios para que el odio y el resentimiento se arraigue entre nosotros.

Al final, los conquistadores sometieron y casi exterminaron a quechuas y no quechuas, pero el ansia de independencia hacia un sistema político liberal y republicano no surgió de los conquistados, sino de los españoles nacidos en el Perú y de los mestizos, cuya conciencia colectiva era en esencia monárquica que subsumía la de los pueblos conquistados que era esencialmente imperial.

Estos dos segmentos culturales, luego de la independencia, colisionaron entre sí porque una de ellas tenía que prevalecer sobre la otra, por cuyo motivo, se mantuvo sojuzgada a las culturas conquistadas por los españoles, pero fragmentándose el país en grupos de poder criollo y mestizo, con sus respectivos caudillos, que se disputaron el poder también a sangre y fuego.

Esa fragmentación la vivimos hasta hoy día y seguimos siendo esclavos de nuestras pasiones enfermizas de odios sin que se produzca un serio intento de institucionalizarnos como Estado para tener un rol decente en el mundo.

En el debate entre magistrados del Tribunal Constitucional no hubo fundamentos de principio sobre el marco constitucional sino de acomodos al hecho consumado en un escenario de perseguir la corrupción de los otros y no de la propia. A partir de hoy, cualquier presidente podrá, buscando el pretexto más adecuado, eliminar al Congreso y gobernar el país como un auténtico autócrata con el disfraz democrático.