La eterna poesía de Piero Ramos
La temprana partida del poeta Piero Ramos Rasmussen es un artero e inaceptable golpe que sentimos en cuerpo y alma. Esto no estuvo dibujado en ninguna arista de ninguna mañana; este camino solo podrán haberlo construido quienes transpiran y respiran las náuseas de la propia muerte; este es un trance entre las ventanas quebradas. No está escrito en los sagrados libros quebrar los versos, mutilarlos, prenderles fuego y mucho menos hacer trizas de ellos; nadie concibió quebrar la mañana para ahogarlos en la más oscura de las noches; ningún ave, incluso las malagüeras, presagió que el sol se escondería justo antes de salir. Esta es otra de las jugadas de la ladina muerte.
Pero el corazón del poeta jamás dejará de latir; late y late y en sus cavidades se oye como plegaria, como anuncio, con voz cuyo eco se expande venciendo esta injusta vida, este absurdo e inentendible remedo disfrazado de vida para hacernos creer que a los versos también se les puede hacer polvo. “Soy apenas un campo de rocío” respondió por adelantado el poeta desde la orilla prohibida y sin perder ni un segundo, con sus ojos brillantes, como en sus años de niño, como jugando, empalma punto a punto, letra a letra hasta lograr la última de sus palabras y alzar vuelo como el ave gigante anunciando que “no hay tiempo para más guerra ni espanto”. ¿Cómo borrar los apresurados apuntes que el joven poeta escribió sobre las lágrimas en la orilla del mar? ¿Cómo explicar a las extendidas horas cuyos minutos se van extinguiendo en apenas unos segundos? Es difícil, muy difícil digerir el desesperado aire cuando la herida abierta requiere una eternidad para cicatrizar.
Querido poeta, ahora lees tus poemas en el propio campo del sol, lo enfrentas, le cantas sus verdades, lo pones de rodillas ante ti y le enrostras con la luz de tus versos: “El sol se yergue sobre los montes ígneos, / es la humeante condena de los astros / sobre el huérfano cadáver de la tierra”. Y sigues caminando, venciendo todo, borrando de tu memoria esos fatales minutos, malditos minutos, que no sé de dónde aparecieron. A pesar de todo, este viaje es a tu destino, a ese destino que es la poesía.
Querido Piero: al final, después de haber dado batalla, para no darle gusto a esta vida, no te convertirás en polvo, e irás por el mundo, con otras aureolas, cantando tu eterna poesía.
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