La expansionista Rusia y el futuro latinoamericano
La feroz invasión rusa a Ucrania le recuerda a los terrícolas que el mundo jamás vivirá en paz. Que siempre existirá alguien decidido a quebrantarla, argumentando lo que fuere con tal de –fundamentalmente- satisfacer apetitos personales; egolatrías plenas de soberbia, arrogancias y desprecio hacia el resto. Rusia nunca asimiló el desastroso final de aquella superpotencia llamada URSS, que durante seis décadas mantuvo en vilo al mundo a través de la Guerra Fría, sucedánea de la Segunda Guerra Mundial.
Tras el desplome de la Cortina de Hierro el año 1991, Rusia siempre añoró aquella grandeza de su imperio, el boato de sus zares y, sobre todo, la preponderancia de su gigantesco territorio que lo convierte en el país más grande del orbe llegando a cubrir dos continentes: desde el septentrión europeo hasta el norte de Asia. A esto quizá se deba esa recalcitrante rapacería territorial de rusos obstinados, como Vladímir Putin, ansiosos por secuestrar todo lo que crean naturalmente suyo. Primero fue con Georgia y luego Crimea (que es parte de Ucrania); ahora avanza para anexarse al resto.
Putin reescribe la historia aprovechando que, hasta el siglo 18, Ucrania perteneció al imperio de los zares. Pero en las normas contemporáneas, la historia no rige exclusivamente para establecer los límites fronterizos entre países. También lo fijan las delimitaciones originadas por divisiones o, como en tantos casos, fruto de particiones acordadas por convenios post guerra, formalizando tratados entre vencedor y vencido. De modo que las apetencias personales, grupales o lo que fuere –como en este caso- no conforman parte del ordenamiento territorial, en un mundo garantizado por la ONU. Así que las aspiraciones de Putin para, unilateralmente, anexar Ucrania a Rusia -apelando a la invasión militarizada unida al dolor, la muerte y destrucción, en vez de conciliar con los ucranianos para retomar tierras que alega siguen siendo rusas- jamás será reconocida como válida por la ONU. Como consecuencia, Rusia quedaría como un paria mundial, con las gravísimas aristas que aquello representaría para la paz universal.
El lance geopolítico de Putin, ocasional aliado a regañadientes de la gigantesca China -igualmente apetitosa por engullirse territorios que alega le pertenecen (Taiwán, Hong Kong, fundamentalmente)- complica el panorama mundial. Más aún, en momentos en que China le respira en la nuca a Estados Unidos, disputándole la supremacía como potencia del orbe. Las aspiraciones rusas -pretendiendo igualar sus capacidades a las de gigantescas fortalezas como USA y China- no dejan de ser una piedra en el zapato para países como el nuestro. Por ejemplo, sin ser comunista Putin ni menos todavía la gran mayoría de rusos, orgullosamente exhibe como aliados suyos en Latinoamérica, a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y a futuro, muy posiblemente Perú, Chile y Argentina se sumen a ese grupete. Una unión que multiplicaría las complicaciones que ya exhibe la realidad latinoamericana. Por tanto debemos rechazar sin ambages las implicancias de este brutal asalto territorial a Ucrania perpetrado por Rusia. Y no verlo como simple arrebato sicopático de Putin, aprovechando esta decepcionante, vergonzosa pasividad del mundo occidental.
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