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La falaz tolerancia

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Fecha Publicación: 04/11/2024 - 21:20
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Escuchaba a Phillip Butters y al abogado Humberto Abanto diciendo, como Lucas Ghersi, que a Antauro Humala hay que ganarle en la cancha. Ojalá que cuando Hitler decidió competir en elecciones federales de 1932 (porque por el golpe no la vio) hubiera habido un Tribunal Constitucional que se lo hubiera impedido. La invalidez de los partidos antidemocráticos surgió después de él. Antes, la tolerancia absoluta produjo millones de muertos.
La democracia militante debe ser cautelosa en la restricción, pero existir. Algunos parecen no creer mucho en ella, pues plantea interrogantes fundamentales sobre la naturaleza de la democracia misma y sobre el equilibrio entre libertad y seguridad. Manheim, Loewenstein e, incluso, Habermas y su democracia deliberativa, no darían entrada a los intolerantes destructivos y totalitarios. La paradoja de la tolerancia, planteada por Popper, nos obliga a reflexionar sobre los límites de la tolerancia misma. ¿Hasta dónde debemos tolerar la intolerancia? La respuesta es clara: hasta donde esta no amenace los fundamentos de la convivencia democrática. Los intolerantes tienen derecho a expresar sus ideas, pero no a imponerlas por la fuerza.
El caso de Antauro es un ejemplo claro. Permitir que una organización que promueve la violencia y el fin de la democracia se convierta en partido político sería como invitar al lobo al redil. La democracia no es sinónimo de permisividad, sino de la búsqueda del bien común a través del diálogo.
Celebremos, pues, las decisiones que se han tomado para mantener a raya a los intolerantes. La prohibición de partidos antidemocráticos con referente por fin y la decisión de la Corte Suprema son pasos en la dirección correcta. Sin embargo, no debemos bajar la guardia. La lucha por la libertad y la tolerancia es una batalla constante que requiere de nuestra vigilancia y participación activa. Nadie dice nada de un aspirante para el que la democracia es una pelotudez ni sobre el partido que tiene un ideario totalitario que, si no fuera por la torpeza de Pedro Castillo, se hubiera apoderado del poder. Para Vladimir Cerrón tener el gobierno no es tener el poder, sí lo es apropiarse de las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial y otros.
“La izquierda tiene que aprender a quedarse en el poder y eso ha hecho Venezuela”, decía Cerrón con el desparpajo de quien juega Ajedrez solo para patear el tablero. Como decía Locke: “Nadie tiene autoridad sobre otro para obligarlo a profesar su religión”.

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