ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

La fatalidad y los Kennedy

Imagen
Fecha Publicación: 22/10/2019 - 21:00
Escucha esta nota

Saoirse Kennedy Hill era una muchacha triste de Massachusetts. Pero no tenía por qué serlo. Comunicadora por el Boston College y figura en el Partido Demócrata de su localidad- en el cual su abuelo Robert alcanzó la nominación presidencial antes de morir asesinado- se podría decir que la vida le sonreía, mas no era así. A los 19 se había querido matar y desde su adolescencia luchaba contra la depresión, batalla que documentó para el periódico estudiantil en Deerfield Academy, una escuela privada de su ciudad natal. Y ahora, tres años después, a sus 22, ha aparecido muerta a causa de una aparente sobredosis, según lo refiere el New York Times.

“No hay presente ni futuro, sólo el pasado que se repite una y otra vez”, escribió el dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill. Y en el caso de los Kennedy, el pasado es abrumador. El presidente Kennedy y su hermano Robert fueron asesinados. El otro hermano, Joseph, murió en la Segunda Guerra Mundial y la hermana Kathleen en un accidente aéreo. El hijo del presidente, John Jr. falleció en 1999 cuando el avión en el que volaba se estrelló, falleciendo también su esposa y su cuñada. David Anthony, tío carnal de Saoirse, murió a causa de una sobredosis a los 28 años y su otro tío, Michael, en un accidente de esquí en 1997.

Nombre, prestigio, fama, dinero, poder… qué más tendría que desear Saoirse para ser feliz. Además era joven, y como todos los jóvenes seguramente pensaba que con ella empezaba el mundo. Pero Saoirse era triste. En un texto publicado en el diario estudiantil, explicaba que su depresión se arraigó al comienzo de sus años de Secundaria y vaticinó que iba a estar con ella “por el resto de mi vida”. Con sencillez pero con elocuencia contó cómo había tenido que enfrentar “profundos episodios de tristeza” que se sentían como “una roca pesada” en su pecho.
“La fatalidad no conoce tregua: el gusano está en el fruto, el despertar en el sueño, el remordimiento en el amor, tal es la ley”, escribió ese “padre y maestro mágico liróforo celeste”, Paul Verlaine. Sin duda, la fatalidad se cierne sobre los Kennedy y, efectivamente, no les ha dado tregua. Vidas que en su plenitud fueron cortadas por el infortunio, dan fe de ese despertar o de ese sueño trágico al que se refirió Verlaine. Él mismo fue una evidencia de esa frase, con una vida deshecha y lóbrega que lo arrastró sin remedio hacia “el propileo sacro que amaba su alma triste” como cantó Darío en su hermoso responso.

Un Kennedy paseando por los jardines de la Casa Blanca y otro u otra tumbado por una sobredosis en un lecho casi fúnebre, son la cara y el sello de una moneda corriente que se llama vida. De caras y sellos de dicha moneda que se lanza al aire cada mañana al despertarnos, está llena nuestra siempre precaria existencia. No es que nosotros lancemos la moneda. Alguien, en la vigilia de las horas la lanza y ella amanece a nuestro lado. Podemos mirarla o ignorarla pero lo que no podemos es desaparecerla del borde de nuestra cama. Allí está ahora y ojalá esté allí mañana. Sabremos si fue cara o sello pero no sabremos por qué y para qué. De cualquier forma, el azar nos gobierna y esa moneda es su símbolo. La fatalidad existe pero la voluntad humana también. Y en su diaria lucha, a veces, no muchas, gana la voluntad y pierde el destino.