La fe del mes morado
El Perú, mayoritariamente católico, vive su fe en su máxima expresión con la procesión de Nuestro Señor de los Milagros. Desde muy temprano, las cuadrillas, las sahumadoras y los fieles se agolpan en las calles para esperar el anda que pasará por las improvisadas y artísticas alfombras de flores. También es una oportunidad para los comerciantes ambulantes, que venden escapularios, estampitas, rosarios y prendedores, todos con la imagen de nuestro Cristo moreno, siendo una ocasión para llevar algo de dinero a las mesas de los peruanos.
A medida que avanza la procesión, señoras humildes con sus pequeños de la mano, adultos mayores y personas con discapacidad se apostan a los lados con radiografías, recetas y diagnósticos médicos, pidiendo por su pronta recuperación, recurriendo a la fe ante la atención deficiente de un sistema de salud pública. La oración termina siendo el último recurso para creer que por fin alcanzaremos nuestros derechos.
La fe católica es reconocida por la Constitución Política como un “elemento importante en la formación histórica, cultural y moral” de nuestro país. Si bien es cierto que nuestro Estado es laico, se reconoce el aporte de la Iglesia católica en el arraigo de nuestras tradiciones y cultura. Es parte de nuestro derecho a la identidad expresar de forma libre nuestra religión y no ser discriminados por quienes no la comparten.
Además, la religión católica tiene gran influencia en el reconocimiento de derechos; los ha dotado de una base ética y moral y tiene una relación intrínseca con la dignidad humana. La doctrina social de la Iglesia ha contribuido a la búsqueda de la verdad, al afianzamiento de los principios que rigen la conducta proba y humanista. Sus postulados se proyectan mediante la acción y el compromiso a partir de sus tres valores: la verdad, la justicia y la libertad.
El acto mismo de la procesión del Cristo Moreno es una muestra clara de la convivencia y confraternidad que impera entre los cristianos. Es una expresión concreta de la reunión de los fieles que, sin importar la condición económica, oran y acompañan en igualdad de condiciones. Las barreras y las diferencias desaparecen ante este acto de interés público en el que se garantiza la seguridad de los devotos que acuden fervorosos.
Finalmente, el Señor de los Milagros no resulta ajeno a los periplos judiciales. Pocos conocen que, hace muchos años, demandaron civilmente al Nazareno con la finalidad de que una preciada joya que se luce en el anda sea devuelta a su donador. Sin embargo, la Sala resolvió que se había producido una dádiva y no una donación, siendo que la primera estaba fuera del comercio de los hombres y es considerada una ofrenda como demostración de gratitud. Por ello, la joya hoy permanece con nuestro Cristo moreno, quien, como cada año, derrama sus bendiciones.
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