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La felicidad no basta para ser feliz

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Fecha Publicación: 01/02/2025 - 21:25
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Como profetiza este verso del poeta barroco peruano Martín Adán, la felicidad, o más bien, el concepto de felicidad no suele ser preciso para aquellos que les es difícil reconocer sus propios logros. Siempre será insuficiente. Agudizado en un mundo contemporáneo hiperdigitalizado en la que las comparaciones por los aparentes resultados materiales son una competencia que atraviesa no solo la imposición de una estética sino mucho de preocupaciones psicológicas irresueltas. Por eso, aunque las definiciones de la felicidad pueden ser relativas, para algunos esa sensación de dicha solo sería posible con equivalencias exitosas a niveles de ganancias concretas. Cuantas más cosas, más felicidad, claman con entusiasmo aturdido algunos de los clientes.

La comercialización de la felicidad es una gran industria planetaria. El consumo compulsivo suele ser medido, falsamente, como una conducta de apropiación que da placeres confundidos como felicidades cortas y fugaces. De ese modo, ser feliz es una transacción, un acuerdo comercial, un mercado donde la oferta y la demanda se conjugan al precio correspondiente. Así, la felicidad, convertida ya en mercancía, se ofrece al mejor postor y a un plan de negocios eficiente. Cuánto tienes y te diré cuán feliz puedes ser, sería el lema de este modo de asumir la placidez ya industrializada.

Para otra visión de la vida, la felicidad es un intangible, inasible, sumamente personal, intransferible. Y las situaciones que provocan ello, son tan diversas como sencillas. Va desde una puesta de sol, un amanecer con la compañía más agradable, un paseo solitario por las orillas, una lectura aguda a solas, una cena con el amor de su vida, etc. Es decir, está relacionado más a experiencias con niveles de profundidad e impacto, incluso de transformaciones personales. En la que la lectura de la vida no está relacionada como parte de una estrategia de marketing. Se niegan a ser un algoritmo, un factor de una campaña diseñada por el mercadeo.

Son dos visiones de la felicidad enfrentadas. Cada uno con sus defensores y detractores correspondientes. Incluso, los del segundo grupo cada vez parecen unos ingenuos nostálgicos de un mundo que se va, o más bien, se resiste a irse. Sin embargo, para nuestro caso, la felicidad tiene forma, aroma, sabor. A veces es leer poesía durante horas y recitarlas a medianoche en medio de mi biblioteca; otras es ver teatro junto con los seres que más amo y respeto ya que son la mejor compañía de toda la historia. Esos instantes no tienen precio y, claro, no los cambiaría, aunque Elon Musk me tiente. Y una de las más sublimes acciones que me dan gozo y felicidad plena es escribir en total libertad como esta columna.

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