La gente no cambia tan fácilmente

Los seres humanos son fruto de la genética, herencia, la educación, la cultura, lo social, formando una personalidad que se va modificando con el desarrollo del tiempo, destacando el carácter, el temperamento, que viene a ser el sello que identifica a la persona y lo hace distinto a otros. Si eres bien criado, el pronóstico de la vida será positivo; y si eres malcriado, el futuro que les espera será negativo, con la esperanza de que puedas cambiar algún día, o no.
Hay golpes en la vida que hacen cambiar a las personas, como la extinción de la vida de un ser querido, el haber perdido todo por una mala gestión o ser víctima de estafa, engaño o ser muy confiado. Las experiencias de vida enriquecen al ser humano, o a veces sucede todo lo contrario: no sienten nada frente al fracaso, son indiferentes, y por más oportunidades que haya tenido, la persona en esencia no cambia, como el caso que les voy a comentar.
Una madre perdió a su hijo de un año de nacido por un edema cerebral y lo único que recordaba era que tenía ojos azules. Pasa el tiempo, vuelve a salir en cinta, el hijo nació sanito con ojos claros, lo que le interesaba a la madre, pero su dinámica frente al hijo es como la vida de una gitana: no existen horarios de alimentos, no le inculca buenos hábitos, a tal punto que recién a los tres años pidió hacer sus necesidades. La madre no se tomó la paciencia de enseñarle; su concepto era que le enseñen en el nido, por eso paga el nido, ignorando que todos estos hábitos se aprenden en el hogar con cariño, amor, paciencia. Lo deja en la casa del tío cuando tiene que hacer cosas de su trabajo, pero no se le percibe una madre abnegada, vive por vivir, con el agravante de que ella está separada del padre biológico que tiene sus días en que participa del hijo, pero no conforman una familia. Existe una ruptura de la relación de pareja, el niño un día está con su papá y otro con la mamá. A pesar de las experiencias adversas, la madre no ha cambiado ni cambiará, con pronóstico reservado. Ojalá que Dios la ilumine, que la haga tener una percepción de la vida diferente, que la haga ser reflexiva, con una actitud positiva como persona, madre, pareja y trabajadora.
Una mujer joven se casó, tuvo tres hijos, dos se murieron, estableció una nueva relación con quien tuvo dos hijas que no las crió, ni las del primer matrimonio ni las del segundo; fueron criadas por los padres biológicos. Con el transcurso del tiempo se engancha con otra pareja y tiene dos hijos que sí los crió, pero su vida emocional, afectiva, ha sido muy inestable. Con facilidad se relacionaba con otras parejas, pero no construía nada, eran relaciones superficiales del momento. Nunca se proyectó al futuro, no les dio amor a los hijos; y actualmente el padre de sus últimos hijos está mal de salud, con mal pronóstico. Sin embargo, ella hace su vida como le plazca, sin ningún sentido de responsabilidad, sale a la hora que quiere y regresa cuando le da la gana. Nunca tuvo un concepto de familia. A pesar de los ochenta años que tiene, sigue viviendo como una adolescente sin responsabilidades. Estas personalidades no cambian nunca, como se dice: “genio y figura hasta la sepultura”.
Un hombre profesional se unió en matrimonio en edad madura, había estado de amores con la esposa durante veinte años, se casó por obligación, no por amor. Le gustaba la vida banal, disfrutar los momentos con mujeres y alcohol, sin tener responsabilidades. No obstante, estar casado, seguía en las andanzas. La esposa era una buena mujer, sumisa, dependiente, que nunca se separó, siempre al lado de sus hijos. Pero este nunca cambió, no tuvo nada y se murió sin nada. Nunca tuvo una actitud de cambio, pero los hijos salieron diferentes gracias a la madre que siempre estuvo presente. Por eso, el “amor de madre es incondicional”.
Siempre el ser humano debe reflexionar dentro de sí y cambiar, mejorar como persona y corregir lo que debe hacerse. Si no puedes, pide ayuda por tu propia felicidad.

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