La geopolítica mundial ya no tiene que ver con izquierdas y derechas

En el pasado, la geopolítica mundial se analizaba a través del prisma de ideologías económicas, diferenciando entre países de izquierda y derecha, o entre socialistas y capitalistas. Esta dicotomía, centrada en lógicas económicas, parece haber quedado atrás en el siglo XXI, donde las dinámicas han cambiado. Actualmente, las naciones parecen más preocupadas por los tipos de gobierno y los modelos de desarrollo social, político y cultural que por la forma en que manejan sus economías.

La conflictividad internacional moderna se ha reorientado hacia una confrontación entre democracias representativas y dictaduras. Este cambio se refleja en los bloques de países que actualmente se encuentran en confrontaciones indirectas, brindando apoyo logístico, económico y técnico en focos de violencia aún localizados, como en el caso de la invasión rusa a Ucrania y el conflicto entre Israel y los grupos terroristas financiados por Irán. A pesar de las diferencias internas, como las dificultades para la unidad dentro de la OTAN, estos bloques mantienen una solidez notable.

Es importante notar que estas tensiones no pueden entenderse bajo la lógica de un conflicto entre Oriente y Occidente, ya que muchos países asiáticos apoyan a las democracias representativas en lugar de los autoritarismos de China y Rusia, que mantienen una gran influencia política en sus regiones.

Otra manifestación de esta confrontación se observa en la forma en que los distintos gobiernos del mundo han reaccionado ante la situación en Venezuela. Naciones como Rusia, China, Irán y Cuba han reconocido la victoria del régimen chavista, todos ellos caracterizados por sistemas de gobierno autoritarios. Aunque no comparten una alineación económica o ideológica clara, estos países tienen en común el uso de la violencia y la represión como herramientas políticas: Rusia opera bajo un sistema oligárquico, China ha adoptado un capitalismo de Estado alejado del socialismo tradicional, Irán mantiene un gobierno teocrático, y Cuba persiste en una economía socialista con severas restricciones.

En América Latina, la situación también es compleja. Brasil, Colombia y México han adoptado posturas ambiguas frente a la crisis venezolana, optando por la abstención en la reciente votación en la Organización de los Estados Americanos (OEA) para condenar el fraude electoral en Venezuela y exigirle al régimen que muestre las actas electorales; gracias a lo cual no se aprobó. Este comportamiento podría interpretarse como una alineación ideológica con la llamada Revolución Bolivariana. Sin embargo, Chile, con un gobierno socialista, se ha desmarcado de esta narrativa, negándose a reconocer a Nicolás Maduro como presidente.

Estas divergencias indican que la situación no se trata simplemente de un conflicto ideológico. En cambio, reflejan una gran batalla geopolítica donde las democracias y las autocracias se enfrentan, con países más pequeños y aquellos que buscan hegemonía regional adoptando posiciones no siempre basadas en principios económicos o axiológicos, sino en intereses estratégicos inmediatos. La situación en Venezuela ilustra cómo los intereses estratégicos y las alianzas geopolíticas pueden influir más que las ideologías tradicionales. A medida que el mundo avanza en el siglo XXI, esta nueva configuración geopolítica podría definir la forma en que las naciones interactúan en las próximas décadas.

Este contexto es relevante, especialmente si consideramos que, en los últimos años, la reconfiguración del poder ha puesto de relieve el enfrentamiento entre estos grandes bloques de países. Este escenario ha dado lugar a un auge de los regionalismos y a carreras armamentistas que no se veían en años, aumentando la tensión global. Esta situación podría agravarse si los bloques de países siguen debilitándose en el marco de su confrontación, tanto en el ámbito militar (que por ahora mantienen de forma indirecta) como en el económico y comercial (que ejecutan a través de sanciones y bloqueos).

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