La globalización terminó
En 1999, junto con el filósofo y doctor Víctor Samuel Rivera, publicamos un libro llamado Cosmopolitas y soberanistas. Kosovo en el Perú. Debate sobre los nuevos derroteros ideológicos del siglo XXI. Era la época de la guerra de Kosovo, en Yugoslavia (país hoy extinto). Los Estados Unidos, gobernados por Bill Clinton y sus aliados occidentales, rompieron con la ONU y se lanzaron a una guerra no declarada de “liberación” de una provincia yugoslava con una minoría étnica musulmana que, se argüía entonces, estaba siendo objeto de una limpieza étnica por parte de Serbia. Kosovo, decían, buscaba su independencia. Rusia estaba en las últimas y solo pudo resignarse a la invasión de su aliado.
Este hecho fue, a mi juicio, el punto máximo de la globalización, que empezó con el Consenso de Washington, la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Desde esta perspectiva, la globalización que se inició con la apertura de mercados mundiales y, luego, con la ideología woke en el gobierno de los Clinton, se enseñoreó del mundo, con algunas excepciones que se negaban a aceptar una globalización de esta naturaleza, afirmando una alicaída soberanía de los Estados.
La izquierda se acomodó a esta globalización con el wokismo, que terminó relegando el contenido económico a un segundo plano. Sin embargo, no se abandonó la creencia liberal de que el libre mercado y la abolición de los aranceles traían prosperidad, desarrollo y riqueza a las naciones, mientras el wokismo avanzaba en una ruta de “derechos” delirantes para toda la humanidad. Esto, por supuesto, era abanderado por los Estados Unidos, gobernados por los demócratas de izquierda.
Es una gran paradoja que lo que comenzó en Estados Unidos terminara en esa misma potencia. Ya desde el primer gobierno del patriota Donald Trump se produjo una reacción que tuvo un manotazo de ahogado (los más fuertes) en el gobierno de Joe Biden y Kamala Harris.
El segundo gobierno de Trump, que no tiene ni un mes, ha puesto un fin estrepitoso al wokismo y, además —lo más importante—, al libre comercio internacional, imponiendo una serie de aranceles de hasta el 50 % a productos como el acero y el aluminio que importa de Canadá y México. Los tratados de libre comercio, puntales del globalismo económico, han quedado hechos cera y pabilo.
Lo que está imperando hoy, es claro, es la defensa de los intereses geopolíticos de las mayores potencias del mundo. Trump está protegiendo los suyos, configurando una zona de poder que va desde Canadá y el Polo Norte hasta Panamá. El mismo Trump ha dicho que América Latina le importa un bledo. Mientras tanto, intenta deshacerse de Europa y que baile con su propio pañuelo.
Rusia, por otro lado, quiere lo lógico: tener su tradicional zona de influencia, donde Ucrania es un anatema. Nadie —o solo un tonto— puede creer que Rusia iba a dejar pasar la pretensión europea y ucraniana de pertenecer a la OTAN, una espina clavada en su flanco.
En síntesis, las potencias vuelven a repartirse el mundo en cotos políticos y económicos con un tinte claramente soberanista. La cosa es muy simple y se explica con las leyes de la física: los planetas con mayor masa atraen a su zona de influencia a los más pequeños. La Tierra a la Luna y el Sol a la Tierra. Eso es lo natural.
Lo curioso es que la única gran potencia que todavía defiende la globalización económica es China, que tiene intereses comerciales en todo el mundo.
La conclusión es que el imperialismo está de vuelta. Por eso, la izquierda mundial está sacando cuerpo del wokismo, afirmando que este no es de izquierda, porque esta es universalista y el wokismo, tribal (defiende causas puntuales).
Renacido el imperialismo a nivel mundial, ya van conformando su nuevo discurso antiyanqui, sobre todo ahora que el Tío Sam, al mando de Trump, les ha quitado las fuentes de financiamiento para difundir su ideología disolvente.
Pero, como sabemos, para los actuales Estados Unidos, los “pezuñentos” latinoamericanos (abajo del canal de Panamá), africanos, asiáticos (a excepción de China) y hasta europeos les importan un ardite. Lo único que les interesa es su zona de influencia, que es la que ha dominado la historia universal de los últimos 250 años.
El mundo ha vuelto a la normalidad, y el sueño de un mundo unido por la globalización ha terminado.
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